Por Ariel Sobko
Lunes 28 de mayo; 11.00 de la mañana. Acabo de llegar a Capital Federal; me quedaré hasta el jueves. He venido a trabajar; debo encontrarme un par de veces al día en un sitio, aquí nomás, a dos cuadras del hotel donde me alojo en Avenida de Mayo al 1400. Entré a mi habitación, dejé mi equipaje sobre la cama, prendí sin volumen la televisión, puse música en mí celular y me senté a escribir en una mesita individual cerca de la ventana. Como siempre que estoy en Buenos Aires, escucho a Charly García. En el noticiero se anuncia el partido despedida en la Bombonera de la Selección de Sampaoli rumbo al Mundial de Rusia. Llueve. Tengo mala suerte, no podré caminar, como tenía previsto, hasta el Museo Nacional de Bellas Artes en avenida Libertador al 1.400, de ahí hasta el MALBA en Figueroa Alcorta al 3400, y del MALBA volver también caminando al hotel. No es que la lluvia fuese un gran inconveniente (están pronosticados chaparrones solamente); pienso que al menos voy a poder moverme por la zona para ir a trabajar y abastecerme. Eso sí, tendré que comprar un paraguas. Hace instantes, tuve que salir a comprar un equipo de mate (de los descartables) porque olvidé mi equipo en Resistencia (no puedo ser tan pajero), y me agarró un chaparrón. La señora de la recepción, muy amable por cierto, me ofreció un paraguas al salir, y aun así, con paraguas y todo, terminé mojándome el jean y los zapatos. El noticiero ahora anuncia para este miércoles 30 de mayo la sesión del Senado donde se prevé la aprobación de la ley para retrotraer el valor de las tarifas al 2016.
18.00 horas. Para mi desgracia, el chaparrón que estropeó mis zapatos, fue la única lluvia en todo el día. Últimamente ando algo perdido; estos zapatos son para ir a trabajar (incomodísimos, además) y yo los traje puestos en el viaje en colectivo, y conservado puestos hasta que se estropearon por la lluvia. Me calcé unas zapatillas para salir a pasear, y cuando dejé los zapatos cerca de la estufa, me di cuenta que –la estufa– estaba apagada. Alrededor de las 13.00 horas, salí del hotel. No compré un paraguas, pero sí anduve por avenida Corrientes. Entré a una librería, y me compré la última novela de Antonio Ungar, el autor de Tres ataúdes blancos, libro capital y entrañable. En Mírame, como se titula la novela, Ungar practica el voyerismo en primera persona, a la manera en que magistralmente Mariano Quirós lo practica en Una casa junto al tragadero. Yo había traído para leer Black, black, black, novela de Marta Sanz, de la que ya he leído unas 80 páginas en lo que va del viaje, y me parece un experimento estupendo por cierto (tres relatos sobre una misma historia que se van interfiriendo); pero la intriga por lo que puede ofrecer la prosa furiosa de Ungar, me han hecho abandonarla momentáneamente. Después de almorzar en un restorán de la esquina, a las 15.00 volví al hotel y me acosté a dormir una siesta.
19.25 horas. Me gusta mucho leer novelas, y leerlas de un solo tirón. Los días que duran mi estadía en Buenos Aires (vengo a menudo, hace bastantes años) sigo una liturgia ideal sin familia, y aprovecho para leer y escribir todo el día. Llevo siempre un libro conmigo y leo en todas partes, y acá en el hotel, leo hasta cuando me traslado en el ascensor. Parezco un snob. Se dirá que esta habitación de hotel es lo más parecido a la cueva iluminada con velas del mito del lector elaborado por Kafka. Eso sí, mi cueva tiene muchas latas de cerveza en una nevera y wifi.
20.15 horas. Estoy sentado en la de la habitación del hotel leyendo la novela de Ungar, en medio de la espera de volver a salir para ir a trabajar, cuando levanto la vista y veo a Macri (sin volumen) en la televisión. Aparece hablando en primer plano, como si estuviese dando un anuncio de último momento. Primero no le doy bola, pero levanto la vista de nuevo y verifico que es así, efectivamente: está dando un anuncio de último momento. Subo el volumen (la primera vez, desde que encendí el televisor) y lo escucho. Llama a los legisladores a no votar el miércoles en el Congreso la aprobación de la ley para retrotraer el valor de las tarifas al 2016. En un momento determinado, me quedo sorprendido al oírlo decir “a los legisladores peronistas” (así se refiere) que “no hagan caso a las locuras de Cristina”. Termino de oírlo (mi cabeza se detiene, en realidad, con la referencia que hizo de Cristina) y vuelvo a cero el volumen del televisor. Veo en la imagen el rostro del presidente, ajetreado, torvo, como si estuviese intoxicado o hablando en una cámara de alta presión. Está sentado junto a un funcionario plenipotenciario, que pareciera no percibirlo al presidente, pero que cuando inclina su mirada y lo observa, algo en él se apiada al advertir la tensión en su compatriota. Queda claro que, con este doblez, Macri (a dos días del fucking super-miércoles) preanuncia un veto presidencial si la ley prospera en el recinto (cosa inexorable a esta altura), y enfoca (otra vez) de lleno la atención en Cristina, forzándola a una respuesta, posiblemente muy dura, ante las bancas de la Alianza Cambiemos, o sea ante (quien especialmente deberá «fumársela» a Cristina) Gabriela Michetti, disparando seguramente una catarata de memes para el jueves.
22.00 horas. Mañana voy a comprar La lógica de Copi (libro oportuno) de Daniel Link, y un par de novelas clásicas en excelentes ediciones que he visto en oferta.
23.15. No voy a comprar nada más. No puedo, quiero decir. Acabo de darme cuenta de que todavía es fin de mes (mi cuenta bancaria está vacía), de manera que tendré que arreglármelas con la poca guita en efectivo que traje. Tengo que tener en cuenta que debo comprar regalos. Soy muy boludo; en Resistencia Romina (mi novia) tendrá que arreglárselas con Francesca (nuestra hija), con sólo 1.500 pesos que quedaron en la casa. Romina no se dio cuenta tampoco. Tendré que avisarle ahora mismo, antes de que pase más tiempo.
00.30. Cristina le respondió a Macri por Twitter: “Típico de Machirulo.” ¡Jajaja! Yo no sé cómo lo hace, pero siempre tiene la capacidad de responder con entusiasmo las críticias. Ahora que lo pienso, Néstor Kirchner era un experto en esto.
00.50. El día fue así: Llegué al Hotel (después de un viaje de mierda, larguísimo, en un colectivo chotísimo) a las 10.00 de la mañana; dejé mi equipaje en mi habitación (307) y me puse a escribir; justo en el único momento en el que llovió del día, bajé a comprar un equipo de mate y arruiné mis zapatos; pensé en comprar un paraguas, pero no lo compré; caminé por avenida Corrientes viendo las vidrieras y las carteleras, hasta que entré en una librería y me compré una novela (pagué $ 575 pesos); a las 14.15, almorcé matambre a la pizza en un restorán ubicado en la esquina de mi hotel, el cual me cayó como el orto y fue, seguramente, la causa del dolor de cabeza que tengo en este momento; dormí la siesta de 15.00 a 16.15; a las 17.30, me bañé pero no me lavé la cabellera; a las 18.00, salí apurado del hotel (a las 18.30 cierran los comercios aquí) a comprar unos sandwichitos de miga y latas de cerveza y los apilé en la nevera de la habitación; a las 00.30 aproximadamente, comenzó a dolerme la cabeza, luego de haber tomado tres latas de cerveza; a las 1:10, decidí acostarme a ver los noticieros (para ver si se me pasaba el dolor de cabeza) y me entero de la respuesta de Cristina a Macri por Twitter; a las 1:40, decidí levantarme y escribir esto porque el dolor de cabeza, lejos de haber cesado, se había incrementado notablemente.
1.30. Ahora escucho truenos, como si el cielo fuese a desplomarse. La ventana de la pieza da a un patio interior del hotel a cielo abierto, de suerte que puedo oír y ver perfectamente el exterior. Hace uno instante, tal vez por haber oído los mismos truenos, alguien cerró las persianas de la habitación que tengo en frente, en el mismo piso cruzando el patio interior. Me cagué todo; yo estaba parado frente a mi ventana con una cerveza en la mano, fumaba un pucho mientras apreciaba la luz de los rayos en las nubes, completamente abstraído, y de repente escucho:
¡¡tttrrrrrieerrrrrrrmmmmmmtttraaaaasssss!!
Hasta ahora, no había percibido ninguna actividad en las habitaciones (como la mía) que dan al patio. Siento que la presencia humana contamina mi cueva de esnobista iluminada por velas. Automáticamente tomo la decisión de cerrar yo también las persianas, apagar las luces y el televisor, poner la alarma a las 8.00 en el celular y acostarme a dormir.
Martes 29; 10.15. Me desperté con la alarma del celular a las 8.00, todavía un tanto descompuesto, aunque sin dolor de cabeza. Me bañé y, ahora sí, me lavé la cabellera. Mis bucles sedosos y brillantes, algo plateados por las canas, lucen admirables cayéndome sobre los hombros. Me sentía feliz. Salí y desayuné en un café ubicado justo al lado del hotel, y me largué a caminar rumbo al Museo Nacional de Bellas Artes. Según mis cálculos, el Museo deberían quedarme a unos cuarenta minutos a pasos acelerados. Pero el caso es que, hago una cuadra y comienza a dolerme insoportablemente la rodilla izquierda. Sentía como si los meniscos fuesen a explotarme, como si desde adentro me realizaran numerosos tajos con un escalpelo y en sus orificios me inyectasen un líquido espeso. Me dolía mucho, y entonces tuve que abortar mi larga caminata (por hoy al menos), aunque decidiera pasear con la molestia por el microcentro. Nuevamente caminé por avenida Corrientes, prestando atención en encontrar una juguetería en donde comprarle un regalo a Francesca. El caso es que caminé hasta avenida Callao, y no encontré NINGUNA juguetería. Resulta patético, tristísimo, encontrar la avenida Corrientes así de esta manera, convertida en un simulacro melancólico de que era hasta hace poco tiempo. Es increíble la velocidad del cambio. Si aquí en el microcentro se observa esto, no quiero imaginarme lo que puede llegar a ser el conurbano. Es, ciertamente, increíble la velocidad del cambio. Si hiciese una película con los recuerdos de hace un año y tres meses (comienzos del 2017), la última vez que estuve en Buenos Aires (cuando aún se aguantaba la cosa), una película en la que se proyectase sencillamente las imágenes de lo que fue captado por mi memoria episódica: desde que llego a Buenos Aires hasta que me retiro, y a esa película le uniese la película de este viaje (a fines de mayo del 2018), el espectáculo que ofrecería sería el digno de una distopía de Philip Dick o Michel Houllebecq. Decenas de negocios cerrados; la gente pidiendo uno tras otro en las calles para comer; vi, al menos, seis o siete familias viviendo en distintas esquinas de las calles laterales (del lado Sur) a la avenida de Mayo, en las inmediaciones de la plaza de los Congresos; numerosos perros y gatos paseando entre la gente en las esquinas populosas de la avenida 9 de Julio; en la esquina de Moreno y San Juan está la Universidad de Cine, muy atractiva, con sus estudiantes posmodernísimos que yo veía sentados en la salida charlando en la enorme escalera del portal con latas de cervezas en las manos, pues nada: el portal permanece cerrado (pasé tres veces en todo este tiempo), no hay nadie en las escaleras y los estudiantes, cabizbajos, taciturnos, tienen que abrir una de las hojas del portal para ingresar o salir, y adentro se divisa un guardia de seguridad privada. Todo está gris; puedo oler la desesperación en la gente; la violencia está en el aire; el miedo convive en todos los instantes.
14.50. Fui hasta un restorán chino a almorzar; un tanto resentido por el matambre a la pizza que me cayó como el culo y por el cual pagué muy bien en el restorán caro. Comí arroz revuelto con huevo, cebolla de verdeo, arvejas y morrones picados en cubitos, con un chorizo y unos cornalitos (más bien gigantes) que habían quedados sobrantes como el resto único de pescado frito que, casualmente, era lo que yo deseaba comer. Lo cierto es que el arroz estaba muy bueno, el chorizo exquisito, pero el pescado frito era un desastre. Pagué 75 pesos; no consumí bebidas. Moraleja: lo caro resulta ser como algo barato, y lo barato sale caro; otra vez, mal la comida. (De cualquier manera, mañana voy a volver a almorzar en el restorán caro; no sé por qué). Pero al volver a la habitación me ocurrió algo extraño que me llenó de paranoia. En realidad, nada de eso. Sólo que otra vez logró sobrecogerme la presencia humana (cruzando el patio interno) en las demás habitaciones. La persona (o no) que ayer a la madrugada había cerrado la persiana, cuando el cielo parecía que se fuese a desplomarse, ha vuelto a bajar las persianas. No es que lo haya hecho (cerrar las persianas) con brusquedad, ni tampoco otra cosa rara. Sólo ocurrió el hecho de que esta vez pude verle (ayer a la noche tenía él las cortinas cerradas y sólo pude percibirlo) el cuerpo, sin verle la cabeza ni, desde luego, todas las piernas ni los pies, en el lapso que le llevase bajar las dichosas persianas. Es un tipo más bien corpulento y, a juzgar por su ropa (un jeans gastado, un pulóver ordinario a rayas gruesas), de clase media o baja. Cierro también yo las persianas; me siento en la mesita y me pongo a escribir. Y ahora mismo me acuesto a dormir una siesta; quiero estar bien despierto para ver el partido.
18.20. Alrededor de las 16.15, me desperté de mi siesta, pero me quedé hasta las 18.00 en la cama leyendo la novela de Ungar. También quise con ello dejar en reposo mi rodilla izquierda. La novela de Ungar tiene, por cierto, más de una similitud con la novela de Quirós. Se asemejan (algo ya lo dije) en la práctica singular de un narrador, que protagoniza una historia violenta entre hombres y mujeres que han sido espiados (y descritos) previamente por el propio protagonista. Lo curioso en ambos textos, se encuentra en el hecho de asistir a cierta continuidad inverosímil entre el retrato que el protagonista se hace de ellos espiándolos, y la realidad de estos personajes (fuera del voyerismo) una vez que entablan relación con él. La otra semejanza es que los protagonistas de ambas novelas realizan dibujos que son representados en el texto. El protagonista de la novela de Ungar (no tiene nombre) dibuja figuras geométricas en el diario que escribe en memoria de su hermana muerta muchos años atrás, mientras que El Mudo, el protagonista de la novela de Quirós, dibuja (y escribe) distintas cosas en una libreta, que a veces aparecen en la narración para representar lo que se expresa con otros y otras veces como parte de la narración misma. Como si yo agregara aquí un dibujito mío escribiendo en la mesita de la habitación del Hotel:
Voyerismo y dibujos en la literatura universal contemporánea.
19.30. Ahora sí, no puedo pensar en otra cosa que no sea el partido de la Selección en la Bombonera. Jugarán a las 20.00; aunque los equipos llegaron retrasados al estadio. La idea es que todo sea una fiesta y nadie resulte lastimado. 21:00; acabo de abrir la tercera lata de cerveza. Nadie resultó lastimado y todo es una fiesta hasta ahora; ya estamos en el entretiempo. Preso de las voluptuosidades del alcohol, confieso que estoy un tanto emocionado. La idea de ver a Messi junto a Pavón jugando el Mundial logra extasiarme. Aun así, la imagen de Macri dando el anuncio de ahorro con lamparitas Led junto a su funcionario plenipotenciario me vuelve a la cabeza, me aborda el cinismo, y dejo llevar mi cabeza: ¿No se da cuenta Macri de que luego del veto puede venirse un tercer paro de la CGT? ¿Y si ocurre que la Selección queda eliminada en primera ronda y, entre pitos y flautas, en una suerte de justicia poética, coincide con la fecha del paro? Se te pinchan los globitos amarillo, y Macri, gato, te vas en agosto. Ahora bien, si llegara a salir campeón Argentina, Macri seguirá abriéndonos los ojos del asombro (por no decir el culo) con más ahínco (por no decir con más fuerza). Claro que es más fácil que un elefante pase por el ojo de una aguja que Argentina salga campeón del Mundo… Pero, si se dan los resultados, los globos amarillos se van a inflar hasta que su goma tensa se pegue a nuestros ojos bien abiertos (por no decir el culo). ¿Qué pasó? ¿Pasó que el kirchnerismo no aseguró la jugada con un proteccionismo chavista?, ¿eso pasó? O ¿será que está todo bien? ¿Será, acaso, que estuvo bien que haya ganado Macri ahora (en el 2.015) de suerte que así, como creen algunos, no se revelaba completamente inútil en otro mandato el modelo Populista, entregándoselo el país a la Derecha en el 2.019 de modo definitivo? 22:35; abro la quinta lata de cerveza mi cerveza, cuando escucho nuevamente que el hombre de la habitación del frente (o no) cierra las persianas. ¿Y si el tipo es como uno de esos degenerados sobre los que escriben Ungar o Quirós, y que todo este tiempo me ha estado espiando, estudiando mis movimientos para hacer vaya a saber qué cosa conmigo? ¿Y si cree que yo también soy un degenerado, y viene a tocar la puerta de mi cueva? Basta; estoy desvariando. Voy a dormir.
Miércoles 30. Resaca. Son las 11.30 de la mañana y aún no he podido moverme del Hotel. Dolor de cabeza; estómago flojo; acidez. Mientras me bañaba decidí que voy a ir a almorzar al restorán chino. Lo barato sale caro y lo caro sale barato. Como sea, tendré que ir hasta la calle Junín a comprar los regalos; espero no encontrarme con todos los negocios quebrados. 15.15; he vuelto de comprar los regalos y me dispongo a dormir una siesta. 16.00; la resaca no se disipa. Me dispongo a salir a buscar, como en cada día de mi estadía, latas de cerveza (que hoy no llegaré a probarlas, seguramente) y sandwichitos de miga. Vuelvo de hacer las compras. 19.20; de a ratos (estoy leyendo en la mesita) miro el televisor y veo que la plaza de los congresos está colmada de gente en vigilia; yo voy a hacer lo propio, y voy a quedarme despierto hasta oír a Cristina. Para romper las pelotas, se anotó como última oradora, así que tengo para rato. 11.40; estoy terminando de leer la estupenda novela de Ungar. 01.30 (jueves); falta poco, sospecho, para que tome la palabra Cristina. 03.10; Cristina habló y todo ocurrió como lo había previsto: respondió al Frente de Cambiemos las acusaciones del Presidente Macri, pero le dedicó especial empeño en señalarle a Gabriela Michetti lo caraduras que eran de tratarle a ella –a Cristina– de mentirosa, cuando son ellos, y en ella en particular, la que miente, sacándole a relucir algunos de sus Twitter –de Gabriela Michetti– en donde dice, en pleno Balotaje 2.015, que no iban a aumentar las tarifas. La cara de cajeta de Gabriela Michetti durante todo el tiempo en que duró la locución de Cristina, durísima, con las comisuras hundidas hacia abajo, solo puede comparársela con los surcos de las mandíbulas de un ventrílocuo o con dibujos de brujas desdentadas que aparecen por ahí, una cara de cajeta, por cierto, a tono con la carita de Macri en el anuncio de las lamparitas dos días atrás junto a su funcionario plenipotenciario.
Jueves 31. A las 19.00 sale mi colectivo de regreso a Resistencia. Son las 10.00 de la mañana; me preparo un mate y me dispongo (por última vez) a escribir, en la mesita de la habitación del Hotel, la previsión de los hechos que se sucederán a continuación:
A las 14.00 almorzaré en el restorán caro; a las 15.00 me acostaré a dormir la siesta; a las 16.00 leeré la novela de Ungar hasta concluirla, y admiraré una vez más su talento; a las 17.00 saldré a caminar (20 minutos) por los alrededores, para aflojar un poco las piernas y descansar bien el en viaje; a las 17.30 me bañaré y prepararé mi equipaje; a las 18.00 tomaré un taxi en la esquina de avenida de Mayo y 9 de julio; a las 19.00 subiré al colectivo que me llevará de regreso a Resistencia; en el colectivo retomaré la novela de Marta Sanz; a las 08.00 (del viernes) llegaré a la terminal de Resistencia, despacharé mi equipaje, tomaré un taxi que me llevará hasta mi casa, abriré la puerta y abrasaré a mi hija y a mi novia que esperan su regalo y mi regreso de Buenos Aires.
Fascinante tu travesía por Buenos Aires! En varias oportunidades me pude imaginar acompañándote en tu viaje. Me gustó lo del gesto facial tan expresivo y caracterisco de alguien tan obsecuente como G. Michetti.
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Y buen diario de nuestra mediocre vida. Lo dijo un psicólogo social : cuando se ve por tv o se escucha por radio una persona que habla continuamente sin respirar, tendemos a sumarnos a ese estado . De la misma manera , leer un texto sin hallarle el remate o moraleja adjunta, nos lleva a preguntarnos: y?
Y continuar la marcha buscando por ahí algún tipo de piedra roseta para descifrar el encriptado mensaje. Hasta que la realidad nos absorve nuevamente y todo queda en : y ?
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