Diez microrrelatos al dente

Por Matías Rivarola

1.

Vamos a la canchita a practicar tiros libres. Estuvimos viendo cómo le pega el Enzo y nos dieron ganas de imitarlo. Intentamos darle con la cara interna pero también ponerle un poco de empeine para imprimirle velocidad pero la pelota sale para cualquier lado. O cuando lleva dirección, viaja muy débil. En el arco está el Pony que pronto se aburre y propone ir a ver las revistas porno de sus viejos, cosa que nos parece mucho más sensata.

2. 

Esto es ontología, escribimos en un pizarrón. Antes anduvimos por los pasillos rompiendo vidrios. Yo llevé un hacha de mano con la cual destrocé seis puertas de madera. Después alguien cagó en un papel y embadurnó las paredes del salón de actos. También destrozamos los bustos, menos uno de perfil barbado del general Güemes, capo total.

3.

Me pase toda la mañana escuchando una canción de Beck. Es un choreo descarado a Nick Drake y a Roger Watters. Pero incluso los asaltos violentos pueden ser una obra de arte. Es más, todos lo son.

4.

Es hora de embestir contra las vacas sagradas. Syd Barrett, por ejemplo, hizo un solo disco bueno en su vida pero fue canonizado gracias al éxito de sus viejos camaradas de Pink Floyd. Lejos de los colores y sonidos distorsionados, ahora sus vecinos lo ven yendo a hacer las compras con la barriga hinchada y la mirada perdida. Pero Waters nos dice que es genial y le creemos, así como le creemos si nos dice que las Malvinas son argentinas o que las Falkland no lo son.

5.

Una buena noticia es encontrarte en una biblioteca familiar una colección vieja de filosofía. Es agradable recorrer con la yema del índice los nombres inscriptos en letras doradas de Adorno, Platón, Moro, Descartes o Nietzsche. Recorrer superficialmente toda la complejidad de pensamiento que guardan sobre sus lomos de cartón, sentir que por cercanía pueden transmitirte un conocimiento supremo para llegar bien armado hacia algún lugar seguro. Verlos y acariciarlos, pedirles que te esperen un cacho más.

6.

Nadie nos advierte que hay días en que todo es chicote por el lomo. Ni tampoco nos preparan sobre cómo proceder, salvo el prurito socialmente impuesto de que no se puede clavar facas ni reventar cabezas a patadas. La mayoría intenta que pase rápido, al igual que el amargo del jarabe. Otros intentan hilvanar una defensa, pero casi siempre termina siendo algo chirle. Y otros se resignan y se entregan de liso a la ignominia. La bronca es un escaparate, un bálsamo que no debe desperdiciarse, porque morir mazorqueado es lo menos.

7.

Me gustaría haber sido amigo de Nick Drake. Ir a visitarlo un fin de semana a su casa de campo para pescar sábalos, truchas o los pescados que salgan en esos lagos poco profundos de su ciudad. Té o mate de por medio, explicarle que no vale la pena estar mal. Y cuando la depresión lo abrume demasiado, dejarlo que toque algunos acordes con su guitarra criolla. Dejarlo que cante con su voz dulce y cadenciosa. Aprovecharme de su alma destrozada, como un buen amigo.

8.

Pienso que la semántica nos pateó generacionalmente en contra. Hoy es más fácil ganar con palabras como touch o curtir, que son ambiguas, tienen cierta onda. Antes había que remarla con términos como tranzar o atracar, que daban la impresión de que al tocar una teta estabas cometiendo un delito.

9.

Lo malo no es olvidar de persignarse cuando se pasa frente a una capilla, sino en hacerlo mientras se recuerda al humanoide que dejamos morir en una alcantarilla, luego de vaciarle medio cargador sobre la espalda y orinarlo encima. O también a los animales que hemos recogido de la calle y asesinado con sadismo, disfrutando ese momento fugaz en que la vida abandona a ese cuerpo de estropajo y adquiere una rigidez inmediata. Es muy malo ir con todos esos pensamientos a una iglesia y pedir perdón, arrodillarse con modesto arrepentimiento ante un crucifijo tallado en palo santo. Hay que ser verdaderamente turro para no tener la entereza de volarse los sesos de un gatillazo o de colgarse de un puente a media mañana.

10.

Salgo. Voy a salir. Siento la irrefrenable necesidad de abrir la puerta e irme. Pero algo me detiene. Algo extraño, como una imantación, me impide avanzar. Pero la doblego y salgo. Camino con pesadez, con la intuición de haber olvidado algo importante. Me devano los sesos. Abro puertas y ventanas a tientas. Hasta que el laberinto me conduce a sus piernas abiertas. Me zambullo en su pubis de vellos rubios y minúsculos. Me concentro en sus labios tirantes. Le doy un millón de vueltas a la fresa. Hasta que me baño por completo. Con los dedos me unto la cabeza y me hundo en su cavidad oscurísima. Pasan las orejas, pasan los hombros, pasan las piernas. Ahora estoy alojado en su vientre. Pronto me integra a su torrente sanguíneo y me conduce en una montaña rusa por su cuerpo joven y cavernoso. Debo admitir que por dentro es mucho más fea. Pero igual quiero quedarme ahí.

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