Por Nidia Piñeiro
Me gusta el juego entre la minuciosidad con que presenta algunas situaciones y personajes y el retaceo de datos clave. El narrador es un observador exquisito pero casi un perverso en el manejo de la info.
Otra cosa que me gustó es lo cotidiano como algo normalizado que se va yendo, imperceptiblemente, a la mierda. Lo que te resultaba familiar y tranquilizador se va poniendo viscoso, oscuro, inquietante, insospechado, infinito. Explota de verosimilitud pero con los detalles que reconocemos arma un mundo patas arriba o paralelo o multiplicado en tiempos y espacios.
Otra cosa que disfruté es la elaboración perfecta del clímax seguida del remate del tipo «hacete cargo del final, también». Pareciera sacado de otra historia u otra realidad que creció en el ralato y te da un zarpazo en los últimos renglones. Digo que lo que me gusta es la tensión entre un momento que parece que se va a resolver con contundencia… pero no. Como que el narrador se dio vuelta en lo mejor y se durmió.
Parece un grupo de relatos negros pero hay una falta de congruencia e información que no da para andar buscando la respuesta sobre el asesino de la chica.
El resultado es una mezcla agridulce. Pero no estilo jamón crudo con melón o quesillo con cayote. Es algo agridulce pero tiene olores, temperaturas, humedades locales. Yo pensaba en algo así como guayaba con mortadela: astringente pero mantecoso, dulce pero, también, salado y picantón.
Es un texto que pone en primer plano lo que nos falta, la miseria humana pero con un tono que desprecia lo épico. Los personajes no crecen, no se transforman para elevarse. Se van yendo por la cloaca, de a poco o abruptamente. Hay un abandono de la heroicidad y las buenas costumbres.
Sin embargo, queda visto que hasta un grano en la cara de una persona sucia o en un beso con gusto a pucho y chicle viejo hay una posibilidad para la belleza.
Recomendadísimo!
