Caer en la trampa

Por Carlos Quirós

Ya está, ya caímos en la trampa, ¿hasta cuándo vamos a llorar? No me imagino una salida que consista en «Quejarnos mucho para que ellos entiendan». Ellos, el gobierno, sus aliados, las corporaciones, el capital financiero, tienen un plan y lo llevan a cabo: pobreza de la mayoría, privilegios para la minoría, entrega de las empresas públicas, saqueo de los recursos, subordinación del país.


¿Cuál es nuestro plan? Es un desafío para la capacidad política popular dar respuesta a los interrogantes que suscita esta coyuntura, una de las más difíciles que nos tocará atravesar. Un momento de la historia nacional en el que se conjugan el retroceso económico de la mitad de la población, el descreimiento hacia el sistema político alcanzado tras 40 años de democracia, el quiebre social y la inseguridad, que entre sus múltiples causas responde a la proliferación de respuestas caóticas, individualistas y violentas a la desatención del Estado.


¿Quién está en condiciones de pararse por arriba de esos fenómenos que vemos a diario para tratar de verlos en un contexto más amplio? Sin dudas que quienes corren día a día detrás de la supervivencia no lo harán. Para ellas y ellos queda solo la posibilidad de anotarse con nombre y apellido ante la ministra Pettobello y decir «Tengo hambre».


Todos los reclamos sectoriales son válidos, la cultura es denigrada, la industria nacional destruida, la educación empobrecida, el trabajo precarizado, el consumo aniquilado. Esto es el anarcocapitalismo, un experimento argentino para el mundo: «Cómo vender un país enorme y rico a las viejas potencias insaciables, y evitar la renuncia y el helicóptero».


Toda la mochila de experiencias de lucha contra este tipo de modelos está vigente, desde las huelgas como la de la CGT, hasta las marchas y asambleas en lugares de trabajo, pero siempre lo más difícil será unificar y organizar esa respuesta. Días pasados en una asamblea de movimientos sociales en Plaza España de Resistencia, algunas oradoras referían que había que «poner el pecho» y que iban a salir a la calle cuantas veces hiciera falta. También hay que «poner cabeza».


Hay que «poner cabeza» para sumar, para explicar (no para bajar línea), para acompañar, para ¡¡protestar!!, porque si no evaluamos cada medida y seguimos confiando en el espontaneísmo, seremos una presa fácil de sus fuerzas represivas y peor aún, de sus trolls y sus influencers.

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