Primero fue la devoción. Después, el colapso. Finalmente, la pérdida.
Así se divide esta novela en tres actos de delirio, obsesión y despedida.
En la Primera Parte, el narrador—a mitad de camino entre crítico cinéfilo de barrio y fanático terminal—declama su amor eterno por Mary Elizabeth Winstead, esa actriz que sabe encarnar el terror y la ciencia ficción como quien lame vidrio roto. La lista es interminable: The Thing, Cloverfield 10, Faults, Scott Pilgrim, y un largo etcétera donde se mezcla su filmografía con la libido retorcida del autor. Lo que parece un artículo cinéfilo es en realidad un testamento electro-pop sobre el colapso del deseo en los márgenes del Chaco contemporáneo.
La Segunda Parte estalla sin aviso como una granada oxidada: Mary Elizabeth cae desde un pliegue del espacio-tiempo directo en Subtrópico Profundo, un territorio quebrado por la distorsión térmica, el barro ácido y la violencia política. Es rescatada de una purga, escoltada por un escritor lumpen llamado Funes y enviada a una misión de sangre, memoria y exterminio. Acá ya no es actriz: es guerrera cyberpunk, una Juana de Arco viral, vestida con jeans cortados, Raybans inteligentes y un machete de cuero de carpincho. Se abre paso entre ectoplasmas, prostíbulos de doppelgängers y discotecas perennes diseñadas por un ingeniero indígena fan del black metal noruego. El lenguaje se quiebra. El tiempo se escurre. Y Mary Elizabeth, que no recuerda su vida anterior, avanza con la ferocidad de una santa posapocalíptica que no le debe nada a nadie.

La Tercera Parte es un balazo de despedida: una carta suicida desde el corazón mutado de Funes, escritor cronista de una pasión imposible. Le escribe a Mary. ¿A la real o a la que está allá en Beverly Hills, o a la otra, la que se perdió en las calles de Crematus con una tumbera en la mano y fuego en los ojos? Le escribe para salvarse, para condenarse. Como quien escribe una novela que nadie va a leer, pero igual la deja ardiendo en la vereda.
Mary Elizabeth SuperStar es un artefacto narrativo errático y poderoso: mezcla de fan fiction litoraleño, ciencia ficción arrabalera, homenaje pop y exorcismo tropical. Un viaje sin brújula ni red, donde Hollywood se derrite sobre el asfalto chaqueño, y el amor es una enfermedad que se transmite por la escritura.

Un artículo ultra-apologético de la filmografía de la actriz hollywoodense Mary Elizabeth Winstead desencadena un desdoblamiento del espacio-tiempo que arroja al periodista fracasado Fernando Funes a otros planos ontológicos de realidades verdaderas emuladas por una ciudad decadente y futurista, llamada Subtrópico Profundo.
