Una crónica sobre el fusilamiento de 22 militantes políticos en Margarita Belén, la madrugada del 13 de diciembre de 1976. Escrita en primera persona a partir del testimonio del ex soldado clase 55 Alfredo Maidana, quien narró los hechos entrevistado por el escritor Francisco Romero, en octubre de 2003, y también en el capítulo 14 de su único e inédito libro Los del medio, del que el autor de esta nota fue su corrector.
Por Alfredo Germignani
Gracias por las acertadas sugerencias a las periodistas Eugenia Barberis y Rocío Navarro.
Las imágenes que ilustran la presente crónica pertenecen al documental «Margarita no es una flor» (2013) de Cecilia Fiel.
Llegamos al Regimiento de la Liguria con la puesta del sol. Es de tardecita, 12 de diciembre de 1976. Hace un calor terrible. Venimos del cuartel de Santa Catalina, Corrientes. Somos seis soldados comunes y tres o cuatro soldados comandos entre los que también estoy yo. Debemos ocuparnos de la custodia de la casa del jefe de la Brigada de Infantería VII, Cristino Nicolaides. Él es el jefe de toda la zona y nos turnamos su custodia entre grupos comandos de Chaco, Misiones, Formosa y parte de Santa Fe. Al llegar al cuartel, por la avenida 9 de Julio, noto una eventualidad: había doble puesto de guardia, soldados y suboficiales con armamento pesado en lugares estratégicos del Regimiento. Ni bien bajamos a la batería ordenaron a los soldados comunes entregar el armamento y, a los comandos, el Sargento nos convocó a custodiar el Casino de Oficiales. A escasos metros de mi batería me llama poderosamente la atención una hilera de autos no identificados estacionados, entre ellos un Ford Falcón verde. A mí me tocó custodiar el lado del Casino donde había una gran ventana, pero tenía la orden de no acercarme a ella. Sin embargo, de curioso quise saber quiénes estaban allí adentro. Cuando el oficial de servicio se retira, paso por la ventana; mi curiosidad puede más, meto la cabeza y me llevo una gran sorpresa.

En una mesa rectangular grande, sentados a las puntas, veo al gobernador del Chaco, general Facundo Serrano, y el teniente coronel Cristino Nicolaides. A ellos los acompañan el primer jefe del Regimiento, teniente coronel Alcides Larrateguy; el segundo jefe del Regimiento, el mayor Terrat, y el capitán Ricardo Guillermo Brinzoni, que, tengo entendido, trabaja junto al gobernador Serrano. Siempre se desplazan en helicóptero; al menos todas las veces que los había visto. También estaban allí, aunque vestidos de civil, el jefe de la Brigada de Investigaciones, Carlos Thomas y el jefe de la Policía del Chaco, Wenceslao Ceniquel. La verdad es que me da escozor mirarlos a esos superiores, tienen caras de ser hombres muy duros. Y al otro costado, hay dos suboficiales —después un camaradita mío me dijo que eran tucumanos—. Hay también otras personas y más suboficiales, a quienes no llego a reconocer.
En el Casino de Oficiales, también reconozco al cabo Gómez primero de mi batería, y al teniente primero Luis Alberto Pateta, quien está a cargo de los detenidos. Pateta es temerario, usa bigotes gruesos, anteojos oscuros y de su mano cuelga una ithaca, parece un gánster. Da la impresión de ser una persona muy peligrosa.


Mi guardia en el Casino dura alrededor de una hora y media. Me releva un soldado de la batería D. Me voy a cenar al comedor y mis camaradas ya están comiendo; uno de ellos me dice: “Ahí está tu comidita”. En el plato hay carne hervida. Durante la cena me comentan que los cuatro soldados comandos no deben salir por ningún motivo de la cuadra ya que hay un proceso un operativo y debemos permanecer encerrados. Pregunto si realizaremos algún allanamiento u otra operación. Nadie sabe darme precisiones; sin embargo sospecho que los soldaditos sí sabían. Luego de la cena me da sueño así que voy a dormir[i].
No sé cuánto tiempo estuve dormido; fue un rato. Una vez despierto me ordenan encargarme de la guardia de los detenidos, que se encontraban ubicados entre el comedor y el calabozo. A mis camaradas les ordenan cubrir los puestos número tres, número cuatro y número cinco; de modo tal que yo supuse que cubriría el número uno. No fue así, el sargento me ordena en cambio cruzar por el costado del playón, donde se alojan a los detenidos.
Las torturas se ejecutan con un radio transmisor de fondo, encendido a todo volumen. Puedo corroborarlo a medida que me acerco, que voy caminando junto al playón, el ruido, la estática, los gritos aturden: es terrible. Me retiro para no escuchar los lamentos. Es terrible.

En el cuartel del Regimiento de la Liguria se traen y se llevan detenidos, ya que los intercambian con la Brigada de Investigaciones. Yo tengo acceso a algunos prisioneros, pues los soldados comandos también hacemos guardia. Hay detenido un extranjero, es un español. Me dice su nombre pero después se me olvida, y también me dice, en un galpón con doble puerta donde está cautivo, a través de las rejillas me dice: “Tus hijos se van a morir de hambre”. Yo escucho cuando lo torturan al español, grita: “¡Peguen tíos, peguen tíos!”
Hay otro muchacho detenido, no recuerdo bien si me dice que es de La Plata o de Mar del Plata. Me dice: “Por Dios te pido que lleves un mensaje a mi viejo”. Le digo que me lo acerque por abajo mientras yo disimulo ajustándome el cordón del borceguí, acuclillado. Siento conmiseración con quienes sufren allí, están en una situación de trato infrahumano. Intenta pasarme el mensaje en un papelito de una mayonesita Hellmann’s, y cuando está a punto de acercármelo el sargento Medina, que es un tipo terrible, me pega un grito y entonces él se esconde. Medina me saca a los rajes, a los saltos en rana, y mientas me raja me grita: “¡Váyase para allá o quiere meterse con ellos, lo vamos a meter ahí adentro!” Por suerte no ve nada, sino no me la hubiera rajado.
Durante la guardia, el Sargento me comenta que se van a realizar traslados. Me ordena permanecer en el puesto de guardia y vuelve a repetirme que tenga mucho cuidado porque van a trasladar a los subversivos detenidos. Media hora después, antes de las tres de la madrugada, llega un camión de la U7 y un camión de la Alcaidía. De esos dos camiones descienden detenidos, dos de ellos, dos chicas —una de ellas de pelo corto—. Me causan estupor, están desnudas y tienen sus senos mutilados.
Se llevan después treinta personas en tres ambulancias blindadas de campaña; suben a treinta, los cuento. Entre ellos el español y un soldado de mi clase cincuenta y cinco a quien acaban de torturar. Esa comitiva, que sale rumbo a Formosa, está custodiada por seis unimog y varios vehículos más, particulares todos, secuestrados a los subversivos. Uno de los vehículos, un Peugeot que los subversivos abandonan tras un enfrentamiento también está entre la flota, es de color celestito, quizá azul, 404 modelo 72.

Antes del traslado de prisioneros viene el cabo primero Gómez junto con dos suboficiales, quienes, tengo entendido, son oriundos de Tucumán. Es raro, porque Gómez les dice a estos suboficiales: “Este es el soldado Alfredo Maidana”. Luego, Gómez se une a la comitiva y sale con ella. Uno de ellos anota mi nombre en una agendita roja, cosa que me parece extraña en el cuartel, nadie anota nombres de soldados dentro del cuartel. Yo permanecí en el puesto de la entrada, me ordenan eso. Los suboficiales no parten con la comitiva, antes de que ésta marchara, uno de ellos comenta: “A estos los llevan a Formosa”. Y otro responde: “No, a éstos los llevan camino al infierno, donde deberían estar”.
Permanezco en el puesto número uno junto con los dos suboficiales. Siento que me vigilan. Para sacarme las dudas solicito permiso para ir al baño de la enfermería, tomo mi fusil y me voy. Al llegar al baño noto que uno de ellos se aposta detrás de mí, como una sombra. Lo cruzo con la mirada, como diciendo “¿qué pasa, loco?”. Y pienso: No puede ser que me estén vigilando. Al rato me llama un oficial de servicio, uno nuevo, no me acuerdo su nombre, y me manda a buscar al cabo Galarza, que era de mi batería. Voy a buscarlo, pero no lo encuentro[ii].
Media hora después de la partida de la columna de coches con los prisioneros rumbo a Formosa se difunde la información de que los subversivos la asaltaron. La noticia corre como reguero de pólvora, se producen cruentos combates con insurgentes y requieren refuerzos. Se prepararan dos unimog cargados de militares; el único soldado ahí soy yo; al menos no vi a otros; eran todos oficiales, suboficiales y gente de civil que no pertenece al cuartel. Los dos sargentos tucumanos me ordenan alistarme y subir a uno de los unimog; ellos se acomodan adelante en la cabina y yo atrás. Estoy confiado, vamos a combate. Tengo rechazo por los subversivos porque la historia dice que atacaron cuarteles y mataron soldaditos, y yo no estoy de acuerdo con eso por la simple razón de que el soldadito no tiene nada que ver con esa guerra sucia.
Son alrededor de las cinco y veinte cuando pasamos Margarita Belén, unos quince kilómetros. Los militares cortan el camino. Los unimog estacionan a mitad de la ruta en forma de V —siempre se utiliza la formación en V, para no herir a los camaradas que se encuentran adelante—. No puedo reconocerlo con certeza, pero creo que se acerca el teniente Pateta y le dice a los tucumanos: “Todo está bajo control”. Eso me tranquiliza a pesar de que yo estoy acostumbrado a los combates, no a los combates sostenidos, sino más bien a los intercambios de disparos.

Sin embargo, dos o tres disparos me tumban del unimog. No puedo precisar de dónde se producen las descargas. Todo está muy oscuro. El unimog arranca y se pone a un costado. Yo quedo preocupado por mis superiores, los tucumanos, porque pienso que en efecto se trata de un enfrentamiento con los subversivos. Tal es así que me arrojo al suelo, sé que no debo disparar ya que el fuego del fusil revelará al enemigo mi posición. Entonces decidí resguardarme.
Alcanzo a divisar a tres hombres que se acercan y comienzan a conversar con uno de los sargentos que me ordena subir al unimog. Uno de ellos enciende una linterna y me llaman de mala manera por mi nombre: “¡Venga, soldado Maidana!”. Este episodio me genera una gran confusión, no sé qué hacer, hasta que finalmente me armo de valor y revelo mi posición. Uno de ellos me saca el fusil, el correaje, el casco, todo, y el otro me apunta con la pistola. Siento que estoy viviendo una pesadilla. Comprendo entonces que quienes disparan son ellos.
Sin embargo, pasa algo extraño. Los militares que están frente a mí, se alejan y se ponen a conversar. Me acuerdo entonces de lo que una vez me había dicho mi padre: “Cuando a vos te anuncien un disparo, tirate para un costado que no te van a pegar. Nunca de frente ni para atrás, siempre tirate para un costado, que nunca te van a pegar”. Siento el fogonazo, casi me pega en la cara, ahí salgo a correr y pego la vuelta por el unimog. Son diez segundos que me salvan la vida.
“¿Qué pasa acá? ¡Esta misión no es para ningún soldado!”, grita un oficial y se acerca al unimog. Y el que me dispara le responde: “¡Vamos a justificar la operación!”. El oficial le da sin embargo una contraorden: “¡A mi soldado, NO. A mi soldado NO!”. Y la misma voz me interpela al instante: “Soldado, ¡junte los fiambres y los llevan al cementerio!” Son cuatro cadáveres. Acude a ayudarme un cabo que no pertenecía a mi batería. Yo quedo bajo las órdenes de quien evitó que me mataran.
Mataron a un muchachito muy delgado, está vendado al igual que los demás, no tenía sin embargo las manos atadas. El cabo y yo llevamos el cadáver al unimog. Puedo incluso sentir sus últimas pulsaciones, prácticamente muere en mis manos. Después subimos los otros tres cadáveres al unimog. El hombre que me salvó le dice al suboficial: “Este soldado queda a su cargo, quiero que llegue sano y salvo a la batería”.

Poco antes de poner en marcha el unimog abren las puertas, eso fue lo peor, abren las puertas de uno de los vehículos que se llevan hasta ahí. Los detenidos se dan cuenta en ese momento que los van a fusilar a todos. Esas voces me van a seguir toda la vida. Gritan, gritan todos, son los diez que venían a bordo de una de las ambulancias. Matan a esa pobre gente; se escuchan los disparos. Antes de las cinco, o entre cuatro menos cuarto o menos cinco, se produce la Masacre. Aunque no puedo asegurarlo con certeza, reconozco la sombra de Pateta, está llevando un detenido, esposado y vendado, y le descarga un disparo en la cabeza con su ithaca, eso lo vi con mis propios ojos: le arrima el arma y le vuela la cabeza. Después, se inicia la balacera contra el Peugeot.
Reconozco la voz de una mujer, grita y pide clemencia, un llanterío terrible. Abren fuego, todos, todos los que están ahí abren fuego contra la ambulancia. Es el pacto de silencio. Es la primera ejecución. Hay cuatro más, eso es, ahí ejecutan a todos. En ese preciso momento junto a una lengua de fuego queda flotando en mi alma una pregunta: ¿Por qué a mí?
EL SOLDADITO[iii]
Alfredo Maidana[iv] nació en Resistencia en julio de 1955. Estudió odontología en Buenos Aires aunque tiempo después abandonó la carrera para dedicarse, de vuelta en Chaco, al comercio de bicicletas. Según declaró él mismo, desde joven se interesó por la lectura y la escritura.
En febrero de 2002, Maidana acudió al área de Letras de la Subsecretaría de Cultura con la intención de encontrar un corrector para su libro de vivencias como soldado conscripto durante los 70. Allí conoció a la profesora María del Carmen Mc Donald, quien tenía a su cargo la coordinación del área en la sede que funcionaba en el Centro Cultural Leopoldo Marechal. “Me dijo que quería contar su experiencia en el servicio militar y además contar los hechos de Margarita Belén”, declaró Mc Donald en diciembre de 2010 en la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal. Incluso contó que Maidana se emocionó hasta las lágrimas cuando narró los hechos: “Creo que él necesitaba contarlos, necesitaba la palabra para contar esa pesadilla, pero también sentía orgullo por haber participado en el ejército”.
En octubre de 2003 Mac Donald logró reunir a Maidana con el escritor y ensayista Francisco Romero. En el primer encuentro quedó en claro que “las vivencias” de Maidana formarían parte de una “investigación histórica de carácter autobiográfico”. Durante las otras tres reuniones que mantuvieron, el testimonio de Maidana fue grabado en casetes. El último encuentro al que acudió el soldadito fue el 4 de diciembre de ese año, ya tenía un título en mente para su libro: Los del medio.
Cinco años después, a principios de 2009 reapareció Maidana con la intención de publicar su libro. Yo me desempeñaba como director de prensa del Instituto de Cultura. Entre abril y junio de ese año tomé contacto con su hijo, quien me envió vía e-mail los archivos tipeados de su padre ya que éste escribía a mano alzada. Mi trabajo era realizar una corrección gramatical y sintáctica de Los del medio, y así lo hice. El libro quedó corregido, editado y diagramado, listo para impresión. Consta de quince capítulos, el número catorce versa sobre la Masacre.
Entre las entrevistas brindadas por Maidana en 2003 a Romero y el capítulo que aborda el fusilamiento de los presos políticos —que recibí en agosto de 2009 en mi bandeja de correo personal— hay matices y texturas narrativas que delatan una operación literaria, es decir, hay una proceso de ficcionalización y una búsqueda por mimetizar el relato de moraleja con las experiencias que vivió en los 70. Durante años me pregunté si la historia de Maidana fue verídica; si realmente Maidana salvó su cuero de ser fusilado a quemarropa para justificar un enfrentamiento armado del ejército con “subversivos”.
Su relato sobre la Masacre es poderosamente simbólico, y vuelve a cobrar protagonismo en estos días truculentos. Maidana (él mismo) se ubica a mitad de un fuego cruzado entre guerrilleros y soldados comandos; fuego cruzado que en realidad es un montaje para justificar el fusilamiento de presos políticos; montaje del que él mismo dice haber sido víctima: “Yo le tenía rechazo a los subversivos porque la historia decía que atacaron cuarteles y mataron soldaditos, y yo no estaba nada de acuerdo con eso por la simple razón de que el soldadito no tenía nada que ver con esa guerra sucia”.
¿Maidana sabía que su revelación quebraba un “pacto de silencio” cívico-militar de más de 33 años? Yo creo que sí. No hay otra forma de verse implicado de manera involuntaria y acaso ingenua en los fusilamientos de 22 militantes políticos, la madrugada del 13 de diciembre de 1976.
¿Por qué a mí? es una reconstrucción y un ejercicio narrativo, a la vez literario y periodístico, basado en los testimonios que Maidana brindó al profesor Romero en sus entrevistas de 2003 y que yo mismo desgrabé y redacté. Es el capítulo catorce de su inédito libro Los del medio —que adhiere a la teoría de los dos demonios.
En mayo de 2011 el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Resistencia, integrado por los jueces Gladis Mirtha Yunes, Eduardo Ariel Belforte y Ramón Luis González, dio lectura al fallo por la causa de la Masacre de Margarita Belén. La sentencia declara probado que el 12 de diciembre de 1976 trece detenidos (todos varones) fueron trasladados en camión a un paraje cerca de la localidad de Margarita Belén y muertos a tiros. No se trató de un intento de fuga sino de un plan premeditado para matarlos. Y también se probó que fueron muertas allí dos personas que mantenían detenidas clandestinamente. Querían montar un enfrentamiento.
“Hemos escuchado cosas absurdas porque Maidana miente descaradamente y cambia la versión de los hechos segundo a segundo. Maidana nombra a todos los jerarcas del terrorismo de Estado, cuyos nombres son conocidos por todos, pero también nombra a personal, subalternos y otros detalles solo conocidos por alguien desde adentro. De las grabaciones surge que Maidana miente: se escucha un relato espontáneo por los modos de hablar y las muletillas[v]”, sostuvo el fiscal Carlos Amad, quien solicitó que el soldadito sea investigado por falso testimonio.
Según consta en la crónica del periodista Gonzalo Torres Última audiencia del 2010, el fiscal Carlos Amad sostuvo: “Hemos escuchado cosas absurdas porque Maidana miente descaradamente y cambia la versión de los hechos segundo a segundo. Maidana nombra a todos los jerarcas del terrorismo de Estado, cuyos nombres son conocidos por todos, pero también nombra a personal, subalternos y otros detalles solo conocidos por alguien desde adentro”. Por ello, Amad solicitó que el soldadito sea investigado por falso testimonio.
El punto catorce de dicha sentencia, declara: “Hacer lugar a la remisión de testimonios solicitados por el Ministerio Público Fiscal y la Querella representada por el Dr. Mario Federico Bosch para que se investigue el eventual delito de falso testimonio cometido en la audiencia de debate respecto de Alfredo Maidana”.
A la fecha, el Soldadito reside en Margarita Belén, y lleva una vida de austeridad dedicándose al comercio de la bicicletería.
[i] Nosotros no tenemos horario, sí en cambio los “soldados comunes”. Nosotros venimos, por ejemplo, a las dos de la mañana y nos preparan “el rancho”. Es decir, no hay un hábito. La hora, doce y treinta, una más o menos. Ahí escucho la música que es habitual, esa gente de civil de la Brigada.
[ii] Muchos años después, 20 años creo, lo encuentro a un camaradita mío, un soldado, Canteros es su nombre. Yo siempre seguí investigando aquellos sucesos, y entonces le consulto a Canteros y él me cuenta: “Vos sabes que yo salvé al cabo Galarza de que lo maten en Margarita Belén. Yo lo salvé, porque era chofer del teniente Coronel Larrateguy, quien le había propuesto matar a dos subversivos a cambio de un ascenso a oficial del ejército”. Él por supuesto se resistió, me contó Canteros, y agregó: “Vos sabés que estaban por matar al cabo Galarza y a otro soldado”. Yo me quedo sorprendido porque al Cabo Galarza no lo encontraron, él le avisa y se borra, se va, y el soldado al que iban a matar era yo. Y en efecto, no lo encuentran al cabo Galarza. Se enfurecen mucho esa noche, están como idos, porque evidentemente la misión es matar al cabo Galarza y al soldado Maidana. Los militares iban a justificar un enfrentamiento armado. ¿Cómo? Hay un enfrentamiento armado, murieron treinta subversivos ¿y del lado militar ninguno? Eso no cierra, ni en la ética de un comando, uno sabe que cuándo hay un enfrentamiento hay muerte, y esa noche no hubo un enfrentamiento, hubo una masacre.
[iii] “El Soldadito que narró la Masacre” es una crónica escrita en primera persona basada en: uno) el testimonio de las entrevistas que brindó el ex soldado clase 55 Alfredo Maidana al escritor y ensayista Francisco Romero en octubre de 2003, y dos) en el capítulo 14 de su único e inédito libro Los del medio, del cual fui su corrector. Más información al respecto puede considerarse en el detallado artículo del periodista Gonzalo Torres: Causa Masacre de Margarita Belén, día 42: “Tres testigos y un libro”. http://comisionporlamemoria.chaco.gov.ar/juicios/?p=270#more-270
[iv] La historia del Soldadito se encuentra registrada en el documental Margarita no es una flor (2013) de Cecilia Fiel, quien reconstruye la vida de Ema Cabral, militante de Montoneros fusilada en la Masacre de Margarita Belén. En el transcurso de su investigación, mientras desentraña causas y consecuencias de la masacre, la Justicia argentina condena a perpetua a los ocho represores imputados. Pero la incógnita sigue siendo dónde estarán los restos de Ema; por eso Cecilia sale a buscarlo aunque nunca podrá encontrarlo. No resignada al vacío, la documentalista imagina cómo habría sido la vida de Ema sin ese 13 de diciembre.
[v] “Última audiencia del 2010”, por Gonzalo Torres. http://www.cels.org.ar/blogs/2010/12/ultima-audiencia-del-2010/