Tres poemas como tres cicatrices en el lomo de un animal que no duerme

Por Meli Beldarraín

No hay piedad ni perfume en en la poesía de Matías Ávalos. Lo que hay es hueso pelado, calles sudadas, caballos que se sientan a pensar como santos rotos, y rosarios entre los dientes como si fueran armas blancas. Son poemas de un país que bosteza con la boca rota, donde los colectivos vomitan gente vencida y la esperanza se vende en sobrecitos como comida para perros callejeros.

Todo transpira un calor raro: un calor que no viene del sol, sino de adentro, de lo que fermenta cuando uno escribe contra la pared de una patria sin ventanas. Lo tropical no es la selva, es la fiebre. Lo weird no es un monstruo, es un caballo sentado en el pensamiento de Dios.

Lo literario acá no salva a nadie. Solo sangra con estilo. Tres textos, tres disparos, tres maneras de decir lo mismo: que este país, este cuerpo, esta noche… están hechos mierda, pero siguen escribiendo con los dientes.


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