El perro ladra y ladra y ladra. Es el perro mugriento del gordo de enfrente. Todos en la cuadra estamos detonados del bocho por culpa de ese bicho. No es que odie al perro, ¿me entendés? El perro puede ladrar. Pero no todo el tiempo y a toda hora como si tuviera una radio de FM incrustada en el hocico.
Este perro es un loop psicótico: empieza a ladrar y ya no para, te deja con migrañas como si te hubieran pasado un rallador por las meninges. Si pasa un auto, ladra. Si un gato cruza, ladra. Si la viuda Enriqueta saca la bolsa de basura, ladra. Si zumba un mosquito, ladra. Si me rajo un pedo, ladra. Y esos ladridos atraviesan las paredes como agujas calientes, vibran en los ladrillos, me abren la cabeza a tenedorazos.
Los vecinos ya se gastaron la diplomacia con el gordo, pero él sigue con su mantra: El perro tiene que ladrar. Sí, gordo, pero no como si estuviera anunciando un eterno apocalipsis canino, que encima nunca llega. Y ahí, enseguida, llegan las puteadas, los amagues de denuncia, la promesa de tortazos.
El gordo sonríe desde su murito flojo. A algún vecino le sube la mostaza y rebolea un cascote. El perro ladra. Siguen las puteadas, hay trapisonda y escaramuzas aceitosas. Hasta que aparece un ñeri flaco como un látigo y le prende fuego a la ranchada con una molotov. Las chapas crujen, el plástico gotea fuego, la esquina se vuelve una bocanada negra. Al gordo lo bombardean a piedrazos. Otro grupo de ñeris sale de entre pasadizos ardidos.
Yo miro todo desde mi ventana. Pienso en las oportunidades perdidas: matar al perro, romperle la jeta al gordo, liquidar a todos de un raquetazo. Pero, ahora, mi cerebro es un guiso de mondongo que hierve con bronca. La cana va a caer y va a repartir garrote a cualquiera que respire.
Todo esto empezó porque nadie le dio al perro el garrote justo, ni al gordo tampoco. Hay que garrotear a tiempo, no de más. El perro sabe cuándo lo van a cagar a palos. Es inteligente. Pero si no lo corregís, sale torcido. Por eso lo mejor es garrotear a tiempo.
Entre botellas vacías, el gordo intenta cubrirse, mientras ñeris corren con baldes de agua y gritos que rebotan como maíz en frascos de lata. Llegan ambulancia, cana, periodistas. Los vecinos filman. Yo también, estamos en vivo.
Ahí está el perro, es un hijo de puta, ladra como si le gustara el quilombo. Lo aclaro: amo a los bichos, a todos menos a les humanes. Pero si no educás, si no hay garrote temprano, pasa esto.
Mirá, ahora lo agarran al gordo, lo quiebran contra un fierro, lo surten igual. La cana saca los chumbos, hay postas de goma y de plomo, gas pimienta. Los cuerpos se sacuden, caen como panceta frita. Así es todo acá. Y, para colmo, el perro ladra y ladra y ladra.

