“Yo no sé hacer powerpoints. Ni sé qué es un POM. Pero pinté con pibitos en 9 barrios. Lo que hicimos no se mide en presupuesto,se mide en cuántos días no pegaron un tiro en la esquina. Me dicen que ahora hay que ‘generar recursos propios’. Está bien. Mañana voy a pintar la pared de la comisaría. Voy a dibujar a una nena con los ojos abiertos. Si alguien me quiere denunciar, que sepa: tengo pintura hasta en los dientes. Y no pienso pedir permiso.”
D. “Chiqui” Godoy (muralista barrial), Transcripción parcial de un mensaje de voz viralizado en Telegram
Estimado Comparsero Correntino a cargo del Instituto de Cultura del Chaco: tengo digitalizados 174 testimonios de viejos chamameceros. Uno lloró mientras contaba cómo se le arruinó su bandoneón en una inundación. No quiero recursos propios. No quiero sponsors. No quiero rifar la historia. Quiero que alguien escuche. Porque si ustedes no pueden pagar la memoria, díganlo. Pero no me pidan que la venda. Testimonio de Rosario B. (archivista de patrimonio inmaterial) Correo no enviado, encontrado en la carpeta Borradores. Asunto: “Pedido de Reconsideración al ICCH”
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—Agosto, año del ajuste total. Resistencia. Era de Muñeco Kent.
Nadie clausuró nada ni trajo una faja ni una orden escrita. Silencio y una notita en un portal marginal: suspensión total de la programación cultural pública en Chaco – Agosto 2025: “Estado no more: branding para todos y todas”. Ajustar no alcanza: en lo cultural el Estado ya no funciona como tal. No garantiza acceso, no motoriza producción, no redistribuye. Se dedica apenas a la conservación de los restos: contratos y contratitos renovados por seis meses vía Fiduciaria (esa herencia del desmanejo no se desarma) y cajas chicas simbólicas. “Innovación sustentable” = sálvese quien pueda, pero con buena onda. Globitos amarillos.
Gestores de la suspensión quedan a cargo de pasar el trapo por escenarios vacíos mientras Muñeco Kent cabalga hacia el sol con los bolsillos llenos de protocolo y el dios que convierte pesos en dólares a ojos vista de memos, retardados e imbéciles variopintos de todo género. Material genético descartable.
Me alegro por la inmensa masa bobólica de gorilas crueles que atufan el mundillo cultural; lo lamento por los nuestros, aunque sólo por los nuestros posta no por los otros que también están entre los “nuestros” como esa vieja inmunda y decrépita esa que no se va nunca y forma parte de la corte de secuestradores del peronismo, parásitos saqueadores y constructores de la destrucción. Vieja de mierda, garroneando actuaciones para los folkloreros ramplones de sus hijos a los carterazos. Sirva de ejemplo la doña pedorra esa. Vieja meada.
Mi nombre y demás datos filiatorios se han perdido, juntos a otros muchos, demasiados, en planillas manuscritas torpemente trasvasadas primero a un Excel, luego a otro, después a un Word anexo a un dictamen glosado a una Actuación Simple y finalmente a un PDF no editable que engrosa un expediente digital que nadie leyó ni leerá.
Un paso más allá del neoliberalismo clásico, el post-estatalismo tropical avanza sobre los sectores desprotegidos. Lo que debería ser destruido de inmediato hasta sus cimientos por ser el cáncer de la sociedad argentina, la Corporación Judicial, jamás es alcanzada en sus privilegios de casta. Son la escribanía que garantiza con su poder de fuego y la omnipresente cobardía del pueblo que todo siga su curso.
Las ruinas impotentes de lo que eufemísticamente seguimos llamando “El Estado” te convocan a la autoexplotación bajo forma de proyecto. Como una promo del Día del Niño. Belleza, espanto y memoria reducidas a canjes, bonos, descuentos y códigos QR. Las puertas siguen abiertas. Los espacios están técnicamente “operativos”. Pero ya no hay programación. No hay fondos. No hay funciones. No hay sonido. No hay viáticos. No hay obras. No hay nada.
Ayer se arrimaron a la Casa de las Torturas los del Centro Cultural Itinerante a pedir una extensión de caja chica. Les dijeron que no. Que se organicen y que si no son aptos para tener éxito de mercado que se dediquen a otra cosa. Uno preguntó si se podía hacer una obra sin luces. Otro, si podía usar su propio proyector. Otra propuso cobrar una entrada simbólica y rifar un vino. Un grupito de notariales, principalmente abogados hijos-dé (este tipo de parásitos inservibles no deja de proliferar: son la humedad crónica en los cimientos de una construcción que no cesa de desplomarse sobre sí misma) con contratitos vía Fiduciaria ríe. Luego vuelve al Excel colorido y baldío de cada mañana.
En El Instituto nadie renuncia, nadie protesta. Solo se espera. Porque tal vez, en septiembre, el CFI gire fondos. Como si el CFI fuera el nuevo dios tropical: aleatorio, abstracto, siglas que mueven a respeto. Se oficializa la precariedad como horizonte. El mensaje es: “Van a seguir trabajando, pero sin presupuesto, sin programación, sin políticas claras y con la promesa de que quizás en septiembre llegue algo de guita del CFI (Consejo Federal de Inversiones, que ni siquiera es el tesoro provincial).” Trabajar nunca fue una palabra que los merezca señores.
Los contratos se mantienen por seis meses, pero ya sin objeto operativo concreto. Es un modo de transformar al trabajador cultural en un administrador de su propio deterioro, y además hacerlo responsable de generar recursos propios. Esto no es solo desfinanciamiento: es culpabilización del sobreviviente.
Para no perder la cabeza, sobrevivientes asustados continúan editando informes que nadie leerá, aprobando planillas de eventos que no existen y enviando mails a artistas que ya se fueron. Procuran preservar algo de la siempre anhelada dignidad del sector en carpetas compartidas de Google Drive.
Desplome operativo total en áreas culturales públicas. Silencio, autoexplotación y parálisis.
Cancelación política y fuga de artistas y gestores hacia circuitos informales, privados cuando no directamente el exilio económico (trabajos no culturales).
La hipocresía deviene en una performance que goza de buena prensa y rating. Mientras se suspende la programación de todo agosto, Muñeco Kent no dubita frente a eventos propagandísticos como la Cabalgata de la Fe, síntesis ruin y decadente del clientelismo simbólico: religión, ruralismo, marketing político y épica reaccionaria.
Importa menos la falta de fondos que la reasignación ideológica del gasto. La cultura crítica, plural o comunitaria es un enemigo a desactivar. Lo que se sostiene es la cultura como espectáculo subordinado al poder.
En El Instituto ahora se habla de “innovación sustentable”: emprendedurismo, alquileres, talleres pagos, sponsors, ONGs, crowdfunding y mayormente favores personales. Consolidación de una cultura “low cost” golondrina, dependiente de subsidios nacionales intermitentes o aportes externos imposibles de imaginar en un contexto de deterioro creciente.
ONGs con anclaje ideológico afín al gobierno (religiosas, antiderechos, “tradicionalistas”) colonizan espacios abandonados por el ICCH. Centros culturales independientes son privatizados de facto y reconvertidos a lucrativas fundaciones y asociaciones de fomento. La única cultura que sobrevive en ese esquema es la que tiene aliados privados, vínculos políticos o capacidad de simular eficiencia de mercado. El resto muere silenciosa, inevitablemente.
El ICCH deja de tener sentido operativo. Lo que queda es una cáscara administrativa. Bajo el aspecto de moral de la austeridad con estética emprendedora, se reemplazan derechos por chances, y política cultural por marketing de la supervivencia.
Los sobrevivientes miran con la mirada boba de búfalos que erran en la llanura encharcada los festivales en el patio trasero del poder. Cabalgatas, desfiles, misas masivas. No: la cultura no está muerta: ahora es producción uniformada. Ahora canta en coros escolares que dan grima presentándose en insufribles actos escolares con las glosas de mierda de siempre, monta obras religiosas cada vez más peligrosas y produce recuerdos para Muñeco Kent y su voraz demanda de reels.
Esto no es una crisis. Es un modelo. Una forma de gobierno. Una nueva liturgia tropical: la cultura como souvenir, el arte como ornamento, el Estado como ruina administrada.
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Nosotros
Venimos a despedir lo que nos quitan mientras sonríen.
Venimos a nombrar, uno por uno, los oficios silenciados:
—técnicos sin escenario,
—poetas sin papel,
—bailarinas sin sala,
—músicos sin cables,
—docentes sin aulas.
Venimos a reconocer que la cultura no desaparece, sino que se esconde, resiste, transmuta y espera.
Y que un día, cuando nadie lo espere, volverá a sonar.
No olvidaremos el Excel del recorte, el WhatsApp que dijo “no hay presupuesto”, el escenario a oscuras, el frío de la sala vacía, el sonido hueco de los aplausos sin público, la pintura que se cuarteó sin que nadie toque la pared.
No olvidaremos a quienes cerraron las puertas y después salieron a cabalgar como si nada. Aunque se cierren los teatros, aunque nos nieguen el sonido, aunque las becas se pudran en carpetas, aunque los festivales no se hagan, aunque los contratos se renueven como jaulas, nosotros no nos vamos. Porque estamos antes del Estado, más allá de las partidas,
debajo de las baldosas, dentro de las palabras.
Que no vengan mañana a decir que no lo sabían. Que no digan que nadie les avisó, que nadie lo escribió, que nadie lo cantó. Porque estuvimos acá. Porque escribimos en las paredes, en las actas, en los techos, en las bocas secas de los artistas que siguieron viniendo. Y si no entendieron, no fue por falta de cultura, fue por falta de vergüenza.
Estado, vos que supiste ser motor, vos que abriste salas, vos que hiciste ferias, vos que compraste libros, vos que pagaste pasajes, hoy sos un cuerpo hinchado de palabras vacías. Te vamos a velar, te vamos a llorar, y después te vamos a reemplazar.
Que la música nos encuentre. Que el barro no nos tape. Que la danza vuelva a la plaza. Que la palabra se imprima como consigna. Que el archivo no arda. Y que cuando quieran inaugurar de nuevo el ICCH, encuentren una murga ocupando el escenario. Y no haya más acto oficial, sino acto poético.

