El otro día, entre ensueños corrompidos por la angustia de tener que vérnoslas con las inexorables tinieblas que refulgen con la (siempre peor) próxima boleta de luz, sentí una gran aversión hacia el oscurantismo libertario y el ideario esotérico de Solari Parravicini interpretado en clave contemporánea por el vampicheto porteño Santiago Caputo. El Observatorio de Deuda Social de la UCA estimó sólo en el primer trimestre que la pobreza en Argentina trepó al 54,9 por ciento y la indigencia al 20,3. En el Gran Resistencia el 79,8 por ciento de su aglomerado urbano es el más pobre del país. Los datos fueron divulgados esta semana. Mientras entretenían al vulgo con el trampeo electoral de Maduro y la Justicia seguía sin encontrar a Loan, enchufaron el primer tramo de la reglamentación de la Ley Bases, que nos hará todavía más miserables. Los mismos dementores libertarios que encendieron el dicta(ma)durómetro contra Venezuela visitaron a los criminales genocidas de la última dictadura militar, condenados por delitos de lesa humanidad (secuestraron, torturaron, violaron y mataron mujeres, afanaron, arrojaron vivos a presos políticos al río en los vuelos de la muerte, desaparecieron personas y robaron las identidades de sus hijxs), sólo comparable con una visita para tomar el té con Bormann, Klaus Barbie, Eichmann, Mengele o algunos de esos muñecos.
Toto Caputo sigue bicicleteando y empeña las joyas de la abuela en Inglaterra. Todxs lxs que lo votaron (y lxs que no) y pagaban ganancias, volverán a pagar. Siguen subiendo los pasajes en transporte, el combustible, las tarifas, los precios, el dólar financiero, el desempleo y las ganancias para las corporaciones propietarias de la Argentina, como Mastellone, dueño de la leche, que en el primer período de 2024 obtuvo ganancias por 80.294 millones pese a que el consumo de leche cayó casi el 15 por ciento. Esto significa que vendieron menos respecto del mismo período en 2023, pero facturaron más: consumo de alimentos para pocos.
La más brutal y sanguinaria transferencia de recursos de los más pobres a los más ricos de los últimos cuarenta años. Los extremistas de la recontraderecha azuzan el retorno de la violencia política, que regurgita la bilis de venganza de los condenados por delitos de lesa humanidad cuyo ideario de exterminio y pobreza planificada encuentra abono ideal en la colonia de troles larvarios que habitan el espectro de la Matrix libertaria. El paradigma del largoplacismo radical germinó en la conciencia colectiva del vulgo; promueve la supervivencia de la especie, no de las personas, ya que el mundo entró en fase de crisis terminal, dicen, y es inútil estar perdiendo el tiempo poniendo alimento en el estómago de la gente, sólo una pequeña minoría sobrevivirá, y de ninguna manera jamás —vos, sí, vos, no importa cuando leas esto—, jamás serás parte de esa minoría.
El curso de la historia se encamina hacia sociedades regidas por corporaciones, como en la bien representada por Paul Verhoeven en RoboCop (1987), donde la Ciudad otorga el control total de su administración al conglomerado Omni Consumer Products (OCP), especialmente el control de las fuerzas de seguridad, en una Detroit distópica asolada por el hambre, el crimen y el colapso social y financiero. Sólo en algunos años más, cruzaremos la calle, y la legislación penal corporativa determinará la punición según sus intereses productivos de capital humano, un mismo delito podrá ser penado con linchamientos públicos en un barrio, y en otro, la policía podrá hacerte un juicio exprés en situ y ejecutarte en el acto, sin necesidad de procesos administrativos penales.
El dilema del vulgo es claroscuro. Es incapaz de diferenciar la realidad de la ficción. Carece de verosímil. Cree que la realidad es lo que haga creer a los demás de lo que cree que es. Y casi siempre creen que es totalitaria. Y ciertamente extrema, inhumana y salvajemente brutal e individualista. Y cree que es una sola: la suya. Las vacilaciones son innumerables. Confuso todo, sí. El embrollo en el que estamos el vulgo. Si la Pandemia fue la gran confusión globalizadora que catalizó la multiplicación infinita de los micro-discursos de odio y exterminio, es cierto que, como dijo Houellebecq, salimos más pior.
Del Renacimiento hasta acá, todo, todo sepultado por el espectro anarcolibertario de un mastín inglés muerto. Es como volver a Las Epistolæ Obscurorum Virorum. Sí, allá atrás. Epístolas satíricas latinas anónimas, estudiadas como el primer brote del renacentismo (dicen que). Aparecieron en Alemania entre 1515 y 1519, apoyando al humanista Johann Reuchlin, mofándose de las doctrinas y modos de vida de los escolásticos y monjes, simulando ser epístolas de teólogos cristianos fanáticos que discutían si todos los libros judíos debían ser quemados como no cristianos o no. Hoy estamos discutiendo si todos los libros peronistas deben ser quemados como no peronistas o no.
Sí, es terrible tener que volver tan, tan para atrás. Es una especie de retro oscurantismo cyber libertario de ficción destructiva de realidades alternas contrafácticas, el futuro argentino poshumanista. No importa, Rusia no participó en los Juegos Olímpicos así que no importa; y, todxs sabemos, que sin Rusia no hay Raskolnikov ni Maiakovski ni Vin Diesel ni Natalia Oreiro ni Olga Kurylenko ni Azalia Amineva o Natalia Meklin. Es importante saberlo, el Estado sionista de Israel perpetra un genocidio a cielo abierto en tiempo real en territorio palestino, y sí paticipó de los Juegos Olímpicos, el estado genocida de Israel. Y nadie hace nada. El funambulesco Zelensky sigue laureado en su cruzada para devastar Ucrania en una guerra infructuosa perdida desde que la comenzó, sólo para endeudar y rifar el país a las megacorporaciones de la industria armamentística militar norteamericana.
En su último versículo, el Mesías Global de la Libertad Total Absoluta, ungido presidente de la Argentina, acudió a la típica proclama fascista en la red social del magnate Musk, para bajar el mensaje de las providencias divinas al quejumbroso vulgo: “Los comunistas nos atacan, llenos de insolencia e impiedad, para exterminarnos a nosotros, a nuestras mujeres y a nuestros hijos, y para apoderarse de nuestros despojos. Nosotros, en cambio, luchamos por nuestra vida y por nuestras costumbres. El cielo los aplastará delante de nosotros ¡no les tengan miedo! Porque la victoria en el combate no depende de la cantidad de soldados, sino de la fuerza que viene del cielo. El comunismo es ateo, nosotros tenemos fe en Dios”. Impactante.
Me pregunto en qué lengua se comunica Dios con el Mesías libertario. ¿Lo hace en inglés como lo hizo con Charlton Heston en Los diez mandamientos de 1956? ¿Será en arameo, hebreo o latín como lo hizo Mel Gibson, en su rol de Todopoderoso, con Jim Caviezel en la santa piel del Nazareno en La Pasión? Esta incertidumbre me desgarra en cromáticas crisis de ansiedad y me sume en profundas tensiones nerviosas, tanto o más que las boletas de luz. Alabado sea el superávit fiscal, que evaporó la zozobra del vulgo por causa de la otrora inflación descontrolada (que tanto lo mortificaba), hoy ya (¡gracias a Dios!) domesticada. Aunque, eso sí, a iguales valores que antes de la sequía y definitivamente menores que antes de 2015 y con el salario reprimido y garroteado a más no dar. El vulgo de bien sabe perfectamente que de todas maneras los malvados comunistas serán vencidos. No importa morir hambreado, siempre y cuando los zurdos y los ateos sean exterminados.
La Providencia de esto sabe. 30, 40 años más y seremos Irlanda o Alemania, mientras tanto el vulgo está conforme con ser el país más endeudado del planeta y el más caro en dólares. Todo marcha según lo planificado. Ojalá los próximos cien presidentes sigan siendo porteños. Tres al hilo (2015-2019-2023) y ya casi casi somos de bien lxs provincianxs y lxs marrones. Falta todavía, más sacrificio y esfuerzo y coraje. 2, 3 y quizás 4 generaciones de argentinos tendrán que cagarse bien de hambre para vislumbrar la luz al final del túnel. Eso si antes una nueva guerra atómica o un evento de extinción climático no hace detonar todo. Podría pasar, pasó un 6 de agosto hace 79 años. EE.UU. lanzó la bomba atómica en Hiroshima, y tres días después otra en Nagasaki. Más de 80 mil personas murieron en el acto, y otras 200 mil posteriormente, la mayoría pibes de entre 13 y 14 años. Después del genocidio, Estados Unidos invadió Japón y confiscó pruebas de las víctimas, las ocultó y las destruyó. Los caminos de la libertad son misteriosos, ciertamente. Los caminos de la vida no son como yo pensaba. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.
Sabio es quien se contenta con el espectáculo del mundo, decía Ricardo Reis, heterónimo del poeta portugués Fernando Pessoa. ¿Es sabio quien se contenta con el espectáculo del mundo? A la vista está el Kraken. Ante esta pregunta, José Saramago, premio nobel de literatura 1998, autor de la conmovedora novela El año de la muerte de Ricardo Reis, indicó que la respuesta es no. No puede ser sabio quien se contente con el espectáculo del mundo. Ciertamente, el mundo es un lugar cada vez más escandaloso. Creemos el vulgo asistir a un espectáculo en tiempo real de grotesca decadencia, cuando los observados, los desgraciados, somos nosotros. Nosotros (1924), la novela distópica del ruso Yevgueni Zamiatin (que inspiró a Orwell para su 1984), donde las sociedades son vigiladas y reprimidas por el Estado totalitario entrópico, describe una ciudad de cristal y acero, donde todos sus ciudadanos-números son observados y más allá de sus murallas habitan los bárbaros. La fantasía y la imaginación están prohibidas, causan amor y el deseo de libertad, razón por la cual el «ganglio craniano de la fantasía» debe ser extirpado por el Estado entrópico en una operación quirúrgica masiva para reformatear la mente del vulgo.
Pues bien, ya casi pasaron siglos estelares desde que el comunismo como tal no es más que literatura fantástica. Las megacorporaciones y sus magnates totalitarios invisibles, rigen los destinos de las democracias biocapitalistas. La guita mueve el mundo y lo organiza en su caos planificado de miseria, corrupción y espectáculo líquido. Nadie está a salvo de ser capturado por un dispositivo-ia —lo quiera o no—, y arrojado a los campos de concentración tecnológicos de faena y disección de los espacios virtuales para la masturbación idioticrática del vulgo, que parece encantado de saberse mono de estudio de las multinacionales. Los fanáticos, la perversidad y el morbo. Todos tienen algo que decir. Todos tienen algo para decir. Asumen que su algo es más importante que todos los algo de los demás. Asumen la vacuidad de su conducta como un entretenimiento más.
Si les digo que la Argentina se fundó sobre las arenas movedizas de la literatura de utopía del Siglo XIX no lo creerían. Pues sí, probablemente. La religión, la ciencia y la política ardían en controversias y visiones de un país en cuentos y relatos extraordinarios. Por ejemplo, Olimpio Pitango de Monalia de Eduardo Holmberg, escrita entre 1912 y 1915. Permaneció inédita hasta 1994. Usaban el género utópico para sentar las ideas políticas, económicas, culturales y religiosas de la efervescencia positivista de la época, en las cuales el país debía dirimir su futuro. Holmberg sigue la tradición literaria de Argirópolis o La capital de los confederados del Río de la Plata (1850) de Sarmiento, o de Peregrinación de Luz del Día (1871) de Alberdi. Hace más de 200 años venimos discutiendo las mismas pelotudeces sin llegar absolutamente a nada. El cuerpo y la literatura lo saben. El vulgo no.
En su discurso «Una utopía desde el Sur», en México, el 3 de agosto pasado, CFK se preguntó: “Utopías. ¿Y qué le podemos hablar desde la Argentina hoy de utopías? La América latina, es una región que nació de la utopía, de la utopía de la libertad allá por el siglo 19. Éramos colonia desde el río Blanco para abajo. Y las ideas de la libertad, del pro de esa libertad que nos quieren vender hoy, la libertad de creer que porque insultás, amenazás o tenés una fake news acá sos libre, no, sos un ser gris que si no tuvieras ese celular y no existieran las redes, serías todavía aún más gris y más inexistente. Y así se forjó en la utopía la región, la utopía de la libertad, con San Martín, con Bolívar, con la lucha emancipatoria, que además fue una lucha de ideas, porque inclusive las ideas del absolutismo y de la colonia eran ideas que y contra ellas luchaban las ideas de la libertad, que eran las de la Revolución francesa…”
Luego, en el Siglo XX, la lucha fue por la igualdad, reflexiona CFK: “¿Y cómo nos fue? Nos fue muy bien con la utopía de la libertad. Muy bien. Triunfamos, ganamos. ¿Cómo nos fue con lo de la igualdad? Y no nos fue bien con la utopía de la igualdad. Hoy nuestro continente sigue siendo el más desigual, no el más pobre. No, no, no. El más desigual. Y se forjó también. Pero fue una lucha además en un mundo que se había dividido después de la Segunda Guerra Mundial, en este o este, en un sistema de ideas de un lado, pero siempre con las ideas”.
El Siglo XXI nos encuentra al vulgo más embrutecido, más idiotizado y reacio a discutir ideas y fundamentarlas. La estupidización está a la orden del día, capaz más que nunca desde la cuarentena global de 2020. Si la ucronía es el género literario caracterizado por contar historias alternas desarrolladas a partir de un punto en el pasado —que llamamos punto Jonbar— en el que un acontecimiento histórico sucedió en forma diferente a como en realidad ocurrió o lo conocemos, hemos caído al vacío sin solución de continuidad, infinitamente. Como Sísifo, repitiendo una y otra vez, subiendo y bajando la pesada roca de las ficciones patrias.

