Para esta historia paranormal real verdadera hemos convocado a una poderosa mentalista interespecie. Advertimos que los pormenores de este panic-show son impactantes y perturbadores. La astucia del cuzquito callejero Fernando y sus cafecitos con leche y medialunas versus la demencia del mastín Conan y sus antepasados romanos de hijos romanos y arenas romanas. Un enfrentamiento inédito, por sus características espectrales, pues ambos canes ya fenecidos fueron invocados para librar una batalla crucial por el futuro de la República.
En una esquina, Conan, el macizo mastín inglés de 70 kilos, cordobés pero educado en la City porteña, posee pelaje cobrizo y un peligroso instinto protector muy arraigado, leal y temerario para cuidar a los suyos, feneció en 2017. En la otra esquina, el cuzquito Fernando, de no más de 15 kilos, nacido en Resistencia, mullidamente blanco y lanudo, macanudo, perspicaz y culto, feneció en 1963.
El espectro de Conan fue convocado por primera vez algunos años atrás por la telépata presidencial interespecie, Celia Melamed. Ella misma se utilizó como portal entre vivos y muertos y puso en contacto al Psiquiátrico con el cobrizo mastín, quien era tenido por su propietario como un hijo y cuya muerte jamás pudo superar. Por esta venida del Más Allá es que sabemos que Conan orinaba con frecuencia por las columnas de estilo corintio del tercer piso del coliseo romano, allá por los años cien de la edad cristiana. También sabemos que Conan habló con Dios, con Jesús de Nazareth, con Moisés y otras divinidades de ese calibre y egregias personalidades muertas, como los muchachos de la Escuela Austríaca o la escritora rusa Ayn Rand. Fue el propio Conan quien, en una de sus venidas al Más Acá, le dijo al Psiquiátrico que se convertiría en Presidente y que había sido el propio Moisés el que se lo había revelado, a través de una piedra mosaica escrita en inglés por el dedo de fuego de Dios.
A diferencia del espectro de Conan, no constan en los registros históricos del Departamento de Actividades Paranormales de Chaco, que funciona en el subsuelo de Casa de Gobierno, que el espectro del perro Fernando haya sido convocado tras su trágica muerte, arrollado por un automovilista que se dio a la fuga, un 28 de mayo, hace 61 años.
Como todxs más o menos saben, Fernando fue un cuzquito callejero que se desplazaba a sus anchas por las calles de Resistencia como un distinguido bohemio. Poseía un oído musical exquisito, y le gustaba asistir a los diversos eventos culturales que adornaban a la ciudad por los años cincuenta. Por las mañanas, desayunaba con el gerente del Banco Nación, cafecito con medialunas. Almorzaba en El madrileño, donde tenía reservado su lugar y solía pedir un churrasquito semicocido con huevos salteados. Por las tardes paseaba por la plaza San Martín, y cerca del atardecer se pegaba una vuelta por los atelieres de los artistas René Brusau o Juan de Dios Mena, a quienes más frecuentaba, y mantenían sesudos debates sobre la realidad culturosa y política del país.
La poderosa mentalista castellense Olga Zukovich fue convocada por el autor de esta historia para realizar un rito espiritista e invocar al fantasma del simpático y culto can, hacer contacto, hablar con él y poder saber realmente qué es lo que está pasando en el Más Allá con Conan y la muchachada espectral libertaria, Milton Friedman, Murray Rothbard y Robert Lucas.
El primer contacto con Fernando lo hicimos días atrás, en una locación secreta, a unas pocas cuadras del Fogón de los Arrieros. “El lugar es importante pero no determinante”, nos explicó Olga Zukovich, quien se encargó de los preparativos de la sesión espiritista. Todo se desarrolló en un departamentito de paredes ocres donde colgaban cuadros de las hermanas Fox, Ovidio Rebaudi, Ed y Lorraine Warren, Allen Kardec, Aleister Crowley y posters de las películas El exorcista y El exorcismo de Emily Rose, junto a la ventana con salida a un balconcito a la calle French sobresalía un anaquel terracota con esos cactus diminutos que tanto le gustan a lxs médiums. Cerca de la cocina, cercado por velas rojas y negras, había una repisa con esculturas del Gauchito Gil y San la Muerte.
Olga es jubilada docente, tiene 67 años y dice que desde muy chiquita posee el don de comunicarse con los muertos, y que “si bien el oficio puede aprenderse hay mentalistas que son muy poderosos y pueden convertirse en portales mismos entre el Más Allá y el Más Acá”. De entrada, para que quedara claro, le advertimos que no sería el personaje protagonista de nuestra aguaturbia. Sí lo sería Fernando. Necesitábamos comunicarnos con el cuzquito resistente, expliqué a Olga: “Queremos hablar con él, ver si puede interceder ante Conan, hablar con el Psiquiátrico y ablandar su corazón de piedra”.
— ¿Quién es el Psiquiátrico? —preguntó Olga, mientras saboreaba su mate amargo.
—El presidente, Olga. El presidente.
—Ah, sí. Yo lo voté, pero estoy arrepentida. Ya no llegó a fin de mes.
Sentí un helado comezón arrugándome los huevos.
Sopesé: si hay alguien que puede darnos una mano con este quilombo, es el espectro del perro Fernando.
Conjeturé: si me pongo a hacer revisionismo histórico no terminamos más, y además no daba ponerme a discutir con una jubilada mentalista, telépata, mutante, lo que fuera, a ver si me metía alguna posesión, y le contesté casi automáticamente:
—No exagere, Olga. Si no llegara a fin de mes, ya estaría muerta. Veamos mejor el temita de Fernando, es la primera vez en toda la historia que vamos a contactar al famoso perro bohemio chaqueño y necesitamos estar enfocados.
Por supuesto que no iba yo a decírselo; Olga ya lo sabía (que teníamos que enfocar).
Lo que no sabía Olga, aparentemente, es que el país —en tiempo real a esta historia— ya había implosionado. De la otrora celestina bóveda argentina llovían escombros y herrumbres, cadáveres mutilados y billetes de diez mil pesos triturados, y la única posibilidad para el guachaje común y corriente: esquivarlos —si podías o tenías la posibilidad de esquivarlos. Lxs viejitxs, por mencionar un sector perjudicado, que habían clavado su voto por el Psiquiátrico, tenían sus días contados. Sin remedios, con las jubilaciones aplastadas y los precios de los alimentos flotando en la estratósfera, su única posibilidad era cagarse de hambre y esperar una muerte segura pero ciertamente en plena libertad.
Con todo dinamitado, la gente votó lo que votó y no había cosa en el mundo que pudiera cambiar la historia. Sí estaba a nuestro alcance pelear con las mismas armas que usaron para vencernos el Psiquiátrico y su hermana Rasputina. Cuanto antes nos pusiéramos en contacto con el espectro de Fernando, al menos tendríamos una oportunidad.
Olga y yo nos sentamos a la mesita circular de madera de pino, sobre la cual se extendía un mantel percudido estampado con monos, soles y palmeras. En el medio, una bola de cristal y unas velas rojas encendidas. Olga apagó la luz. “Las entidades son muy sensibles a la luz”, comentó. “Son un poco como los vampiros”, agregó y dejó escapar una risita. Yo ya empezaba impacientarme:
—Bueno Olga, hablemos ya con Fernando, porque se me está haciendo tarde —le expliqué—. Tengo que buscar a los pibes, hoy quedamos en ver el partido de Boquita.
Olga, que era bastante risueña, se puso seria y apoyó ambas manos sobre la mesita. Cerró los ojos y medio minuto después empezó a susurrar palabras, oraciones ininteligibles. Su respiración se agitaba cada vez más. Luego me dijo, siempre con los ojos cerrados, que ya estaba preparada para recibir a la entidad y que por favor no me levantara de la mesa mientras ella practicaba la evocación:
—Eras callejero por derecho propio / tu filosofía de la libertad, / fue a ganar la tuya sin atar a otros, / y sobre los otros no pasar jamás. ¡Oh gran y culto can de las cuadriculadas calles de Resistencity, revélate para sosegar tanta angustia con tu bohemia sabiduría, en esta aciaga tempestad! ¡Oh sí! ¡Oh sí! Fernando…
Cuando Olga volvió a abrir sus ojos ya no eran los mismos. Eran otros ojos; más oscuros, como turmalinas negras.
—Buenas noches, distinguida dama. Buenas noches, caballero —dijo Olga, haciendo una reverencia en clara señal de una marcada educación y adicción a las convenciones sociales de los saludos protocolares de los años cincuenta. Su voz sonaba más grave, parecía tener su habla esa cadencia suavemente granulada de los tangueros. Ciertamente, era la voz de Fernando. Probablemente, así como su voz sonaba a la de un tanguero, especulé que la voz de Conan podría sonar a la de Arnold Schwarzenegger. Pudo habérselo preguntado, pero estaba apurado y los dólares y el destino del país estaban en juego.
—Mirá Germys —me dijo Fernando hablando por la boca de Olga—, ya me adelantó Olga por qué me llamaron. Sepan que lo importante es no perder la calma. Saber, de antemano, que todo está perdido. Es decir, ya la cagaron. Hay que empezar de nuevo. Cuando Macri, el Abaddón, así le decimos en el Más Allá, ganó las elecciones en 2015 la clase media y el pobrerío desclasado que votaron por él —por las razones que fueran— cavaron su propia fosa. Olvidaron que la política pone el precio del pan, del aceite, de la cebolla, de la carne, del arroz, de la yerba… El Mercado, como están aprendiendo por su cuero (sobre todo la generación zeta, cringes nacidos entre 1995 y 2010), sólo puede garantizar más desazón, más hambre, más pobres y más aniquilación de la clase media.
Nunca el espectro de un perro muerto que hablara me había caído tan bien, sobre todo al escuchar su sesudo análisis político de la realidad argentina de los últimos convulsionados años hiperinflacionados. Aproveché para preguntarle algo random:
—Fernando, ¿dónde está enterrado el Indio de las Bolas Grandes? La famosa e imponente escultura de Crisanto Domínguez, censurada en los años 30.
—La verdad es que no tengo puta idea —analizó Fernando, rascándose el hocico—. Pero puedo hablar con Crisanto, a ver qué me dice, es un tipo que siempre anda con ideas locas. Así que puede que no me dé mucha bola, pero podemos probar. En la próxima regresión, capaz ya conseguimos la ubicación, crucemos los dedos, Germys.
—Dios te oiga mijito, Dios te oiga. Bueno, veamos Fer, ¿pudiste hablar con Conan?
—Sí.
—¿Qué te dijo? ¿Pudiste convencerlo?
—Y… está tan loquito como el dueño, viste. No quiere saber nada con lxs peronistas ni con lxs kukas, es muy calentón. Se la sube la mostaza enseguida. Pero bueno, lo que pudimos conversar es lo que más o menos ya saben, Conan es el que maneja la batuta, el que corta el bacalao, el rey del cachopo, el Cositorto de la Generación Zoe… Incluso, fijate hasta dónde llega su lobby espectral, tiene poder telépata sobre los otros mastines clonados vivos del Peluca. Conan, desde el Más Allá, es el Gran Cráneo, el que le tira las ideas de la estrategia general para el Más Acá. Robert (Lucas) es el que les muestra el futuro y hace que aprendan de los errores. Milton (Friedman) es el de los análisis políticos, y Murray (Rothbard) el de los análisis económicos. En este punto, lo que hay que entender es que lo que hizo el Peluca al clonar a esos mastines es clonar también a esos sesudos y ciertamente delirantes economistas de la libertad total absoluta, porque, justamente, reencarnaron en esos mastodontes, razón por la cual siempre habla con ellos.
—¡Hijo de una gran puta! —Exclamé, bastante harto pichado de todo en general, pero de todo en particular. Mientras me encendía un porro en flor para sosegar la inflación, interpelé al can—: Escuchame una cosa, Fernandito. Decime la posta. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué hacemos para salvar a la República de este Psiquiátrico y su consorte de desquiciantes terraplanistas y lameculos vampichetos?
—Y mirá, la cosa está jodida en el Más Acá que para ustedes es el Más Allá. Yo en todos estos años, fui-vine fui-vine fui-vine, no sé si me entendés. Reencarnación acá, reencarnación allá. Estoy cansado, ñeri. En serio. Lo que les quiero decir con todo esto, es que estoy retirado. No puedo ni quiero andar haciendo de chepibe de nadie, y mucho menos de quienes me piden cosas desde el Más Allá, porque yo ya les dije: tengo más que suficiente con los quilombos en el Más Acá. Dicho esto, quería que sepan que si hice esta gauchadita que me pidieron es porque alguna estima les tengo todavía a Resistencity, y si bien las cosas que pasan acá son también tan inclasificables como las que ocurren allá (porque, entenderán, que en este plano somos todos Infinito, eternos, y tenemos que vernos todos los días las truchas con todos los muertos que van llegando desde allá y hay cada muerto que nos mandan que bueno, para qué contarles), debe ser muy mortificante tener que bancarse semejante cringe de Presidente. En lo personal, estoy muy, muy indignado porque no puede ser que me machaquen así el arte y las culturas y ustedes se dejen mojar tanto la oreja, con todos los ejemplos que yo les dejé en vida, eso me rechifla en la tristeza. Para ir cerrando, Germys, porque tengo que volver estamos componiendo un nuevo bolerito con Fernando Ortíz, y además dejé plantados con la partidita de tute cabrero, en un barcito parecido a La Estrella que tenemos en el Más Acá que para ustedes es el Más Allá, a Don Chacho Bittel, el Bicho León y el boludo de Guido Miranda, ése sí que es un paspado, pero igual lo queremos…, en fin, lo primero que tienen que hacer es olvidarse de la energía que está afuera, de la gente. Olvídense de todo. ¡De todo! Piensen en ustedes, los que van a votar. Piensen en ustedes, en todo ese trabajo y sacrificio. Quiero ver lenguaje corporal de convencimiento, eh. No de preocupación, ¿ok? Ah, una última cosa: no pierdan el tiempo, Resistencia es una ciudad de morondanga…
Dicho esto último, que quedó reverberando en el departamentito como una letanía, Fernando se esfumó. Olga parpadeó y sus ojos volvieron a ser los de antes. Se sintió mareada y vomitó un poco de ectoplasma sobre la mesa; por suerte no me manchó, aunque sentí un poco de asquito, era una sustancia viscosa y verdolaga parecida a la de los Gremlins aplastados. Le pregunté si sentía bien, y me dijo que no me preocupara, que es totalmente normal para un telépata interespecie vomitar ectoplasma después de los encuentros con el Más Allá.
—¿Y, pudiste obtener lo que estabas buscando? —me preguntó Olga entre tosecitas.

