El fútbol y Román Vs. el orden social del capital

Por Alejandro Quirós

A René Houseman, el loco, que en el año 1973 supo impulsar la utopía con el alma al viento huracanado, y las medias caídas.

Asomando por el túnel del tiempo…

Se me figura que en la práctica del fútbol también entran en juego algunas cuestiones muy trascendentes, las que si bien en el tránsito histórico del balón van a terminar pasando desapercibidas, son portadoras de un espesor que remite a íntimas connotaciones antropológicas; que explicarían, en gran medida, el apasionado fervor que despierta este deporte alrededor del mundo mundial. Las reflexiones que siguen vienen animadas por el pretencioso propósito de dar sucinta cuenta de dichos aspectos; esos que pulsan y anteceden al mágico momento en que nuestro equipo del alma “va asomando por el túnel…” Un recorrido que, en su errante desmesura, no puede dejar de conectar el “pulgar oponible” de nuestro linaje remoto, al consabido “barrilete cósmico” de antológico vuelo: eterna epifanía, esta última, que de sólo nombrarla debería hacerme abandonar el teclado…

Que de la mano (y de su pulgar) toda la vuelta vamos a dar…

Pero sucede que la aparición del pulgar oponible en los primeros homínidos fue un paso de singular trascendencia para nuestra especie, puesto que esa conformación anatómica supuso el desarrollo exponencial de la capacidad para manipular y modelar objetos; y, fundamentalmente, para la fabricación de herramientas. Hay un vínculo y entrelazamiento directo, pues, entre la articulación de ese peculiar apéndice; la prensil y versátil funcionalidad manual; la construcción de herramientas y… el trabajo. Actividad ésta que constituye, distingue y singulariza al humano dentro del reino de lo Natural. (La cruda noción economicista de “mano-de-obra”, que habitualmente se utiliza para hacer referencia a la disponibilidad de fuerza productiva humana –máxime si viene acompañada de esa formulación que casi siempre decanta en el adjetivo “barata”-, representa una elocuente demostración de la interrelación que aquí procuro poner de relieve. Otro tanto sucede, por ejemplo, con aquellas previsiones que ubican al “desarrollo de las manufacturas” como uno de los condicionantes presentes en el surgimiento y consolidación del modelo societario impuesto por la modernidad).

Sobre este atrapante tópico, el portal de la edición española de “National Geographic” nos brinda los siguientes datos: «El aumento de la destreza manual, resultado de una oposición eficiente del pulgar, fue una de las primeras características definitorias de nuestro linaje que proporcionó una formidable ventaja de adaptación a nuestros antepasados«; explica Katerina Harvatide de la Universidad Eberhard Karls de Tübingen. E inmediatamente, esta especialista añade: «Y es probable que este haya sido un elemento crucial que subyace al desarrollo de la cultura compleja durante los últimos 2 millones de años, dando forma a nuestra evolución biocultural«.

Asimismo, de la “Gazeta de Antropología” extraemos estas apreciaciones: “La posición vertical y el bipedismo (…) liberan a la mano de cualquier actividad motora y el pulgar oponible acrecienta la fuerza y la precisión prensora de la mano. El bipedismo y la mano prensora permitirán superar los problemas de supervivencia… El pulgar oponible le otorga a la mano la fuerza y la destreza necesarias para aprehender objetos y transformarlos, con lo que favorece el desarrollo de la técnica”. Si bien este artículo, basado en estudios de Edgar Morin, se encarga de remarcar que el proceso de hominización debe ser concebido como el resultado de “múltiples interrelaciones, interacciones e interferencias entre variados factores”, no puede dejar de mencionar, entre tales fecundas combinaciones, al pulgar oponible y la consecuente “mano prensora”. A lo cual agrega esta significativa proposición: “La dialéctica mano-herramienta favorece el desarrollo cerebral…”. (“Bioculturalidad y homo demens. Dos jalones de la antropología compleja”. José Luis Solana Ruiz. Universidad de Granada).

De las manos al trabajo, ¿del trabajo a la alienación humana?

Ahora bien, esas afirmaciones de neto corte antropológico importan sostener, a un tiempo, que son las manos el principio de inscripción corporal (y consecuentemente de la integralidad vital) al mundo de la elaboración de bienes para la subsistencia; de la transformación de la materia para incorporarle valor; de la generación de riqueza; en definitiva: del trabajo… Ámbito de la realidad social -el proceso de producción- que, sumido como se encuentra bajo las lógicas del Capital, traerá ruinosas consecuencias para la condición humana.

Las manos de Carlos Marx desalienaban desde temprano…

En una obra de juventud, Marx se dedicó al estudio particularizado de este implacable fenómeno de degradación, dejándonos algunos señalamientos que parecen investidos de imperecedera vigencia. En los “Cuadernos de París”, escritos entre abril y agosto de 1844, bajo el definitorio título de “El trabajo alienado” el alemán de “la melena invencible” advertirá que, como consecuencia de la alienación, entre otras cosas, “el trabajo y quien lo ejecuta se convierten en una mercancía; que cuanto más se aplica el trabajador a su objeto, así como se valoriza el mundo de las cosas se desvaloriza el mundo humano; que mientras los operarios mortifican su cuerpo y arruinan su espíritu, con su esfuerzo laboral van dando forma a un poder ajeno y hostil cuyo control se les escapa, y que se les enfrenta, negándolos”. (Todos los resaltados me pertenecen).

Pero claro, la idea no es caer en “la trampa del off-side” y colocarnos solitos en “posición adelantada”. Por eso, vamos a devolverle la pelota al jugador de la camiseta N° 10, para que sea él mismo quien se encargue de la distribución de sus planteamientos conceptuales y de abrir los espacios en que se desenvuelve el juego…

Así, entonces, se expresaba Marx: “…hemos demostrado que el trabajador queda rebajado a mercancía, a la más miserable de todas las mercancías; que la miseria del obrero está en razón inversa a la potencia y magnitud de su producción; que el resultado de la competencia es la acumulación del capital en pocas manos, es decir, la más terrible reconstitución de los monopolios…” Y que: “El trabajador es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más incrementa su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa con la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al trabajador como mercancía…”

Marx explicará que en las condiciones capitalistas de producción, la alienación es un fenómeno de profundas y funestas consecuencias sociales. Y procederá a analizar críticamente el extravío de la humanidad que allí se consuma, en principio, desde una doble perspectiva: la alienación con relación al objeto elaborado; y la alienación con relación al trabajo, a la actividad laboral misma.

En cuanto concierne al primer aspecto, dirá: “…el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él (al operario) como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. Esta objetivación aparece en el estadio de la Economía política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él; la apropiación como alienación, como enajenación”. A resultas de ello: “…cuanto más se consagra el trabajador a su trabajo, tanto más poderoso es el mundo ajeno, objetivo, que crea frente a sí, y tanto más pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es…” E insiste con estas derivaciones lesivas para la existencia humana: “La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, ajeno, que se convierte en un poder autónomo frente a él…” Y culmina de dar forma a estas observaciones con una vigorosa formulación, a tenor de la cual sostiene que: “la vida que el trabajador ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa ajena y hostil”.

Por su parte, al abordar la alienación respecto de la propia actividad laboral, Marx la desarrollará a partir de los siguientes conceptos: “¿En qué consiste, pues, la enajenación del trabajo? Primero, en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desdichado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino impuesto, trabajo forzado. (…) El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena es un trabajo de autosacrificio, de autocastigo. En último término, para el trabajador se manifiesta la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en el trabajo no se pertenece a sí mismo, sino a otroActúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad ajena, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo. El resultado de esto es que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, procrear, y a lo sumo en aquello tocante a la vivienda y el atavío, y en cambio, en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano, y lo humano en lo animal”.

(Tal vez sea un ejercicio interesante contraponer estas observaciones marxianas, con una frase que nos legara el gran Jacinto Obdulio Varela, el “Negro Jefe”, memorable capitán de la gloriosa “Celeste” y héroe del Maracaná en 1950; quien supo afirmar: “Si jugaba al fútbol era feliz porque estaba en lo de uno y acompañado por amigos…”)

Y así, al describir el vínculo alienante que los seres humanos entablan con su propia actividad laboral en las condiciones capitalistas de producción, Marx reafirma que: “Esta relación es la del trabajador con su propia actividad como una actividad ajena, que no le pertenece; la acción como padecimiento, la fuerza como impotencia, la generación como castración, la propia energía física y espiritual del trabajador, su vida personal (pues qué es la vida sino actividad) como una actividad que no le pertenece, independiente de él, dirigida contra él. La alienación respecto de sí mismo como, en el primer caso, la alienación respecto de la cosa”.

Más adelante, prosiguiendo con su análisis, Marx extraerá -entre otras-, estas consecuencias del “trabajo alienado”: “Hace del ser genérico del hombre, tanto de la naturaleza como de sus facultades espirituales genéricas, un ser ajeno para él, un medio de existencia individual. Aliena al hombre tanto de su propio cuerpo, como la naturaleza fuera de él, como su esencia espiritual, su esencia humana”. “Una consecuencia inmediata de estar alineado el hombre del producto de su trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la alienación del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. Lo que es válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo y consigo mismo, vale también para la relación del hombre con el otro, así como con el trabajo y el producto del trabajo del otro”.

Erich Fromm echa mano a los manuscritos… (1961)

En “Marx y su concepto del hombre”, libro cuya primera edición castellana del “Fondo de Cultura Económica” data de 1961, Erich Fromm se esmera en retomar y remarcar la importancia cardinal que posee el concepto de “alienación” dentro de la vasta teoría crítica elaborada por el filósofo de Tréveris. Algo que expresa con mucha elocuencia: “Es de la mayor importancia para la comprensión de Marx advertir cómo el concepto de la alienación era y siguió siendo el punto central” de su pensamiento. Como ejemplo de esta trascendencia y de la persistente centralidad que siempre ocupó a lo largo de todo su entramado reflexivo, acude a la siguiente cita extraída, ya, de “El Capital”: “Dentro del sistema capitalista, todos los métodos encaminados a intensificar la pieza productiva social se realizan a expensas del obrero individual; todos los medios enderezados al desarrollo de la producción se truecan en medios de explotación y esclavizamiento del productor, mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice de la máquina, con la tortura de su trabajo destruyen el contenido de éste, le enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo…”

((Llegados a este punto, resulta importante sindicar que Fromm también advierte acerca de que el fenómeno de la alienación no agota su incidencia en el plano laboral o de la producción material (que es donde principiara su análisis en virtud de la trascendencia que posee el trabajo para la naturaleza humana), sino que desde allí expande sus efectos al conjunto de la estructura social vigente; en particular, a la estructura jurídico-política que otorga su coartada legitimante al Orden Institucional establecido: un Poder surgido de determinadas circunstancias históricas, que se escinde y autonomiza, se sustrae de todo control popular, se vuelve independiente y ajeno, se convierte en un poder autónomo que se alza como una cosa ajena y hostil frente a quienes lo han instituido; y que, al tiempo que se lo sacraliza, pasa a fungir como mecanismo de dominación para perpetuar el alienante sometimiento de lxs asalariadxs. Algo que el autor en trato postula de la siguiente manera: “No es sólo que el mundo de las cosas domine al hombre sino también que las circunstancias sociales y políticas que éste crea se adueñan de él”. Y reafirma dicha proposición, con esta cita de Marx: “…esta consolidación de nuestros propios productos en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior”. Tras lo cual, Fromm anota estas aportaciones propias: “El hombre enajenado que cree haberse convertido en amo de la naturaleza,se ha convertido en esclavo de las cosas y las circunstancias, en un apéndice impotente de un mundo que es, al mismo tiempo, la expresión congelada de sus propias facultades…”))

Los botines del ‘58: Milciades Peña abre el partido con una jugada inédita

Mientras tanto en nuestro país, hacia 1958, es decir, unos tres años antes de la aparición del trabajo de Fromm, Milciades Peña llevará a cabo una serie de cursos a los que denominó “Reuniones”. Gracias a la presencia de un grabador en el que alguien se encargó de registrar esas charlas, lograron sobrevivir seis de las ocho “Reuniones” que Peña realizara en aquella oportunidad. Convenientemente desgrabadas, en principio fueron impresas en una versión mimeografiada. Transcurrido un buen tiempo, fueron publicadas bajo el título “Introducción al pensamiento de Marx – Notas de un curso de 1958”, por el Colectivo Editorial “Último Recurso”, de Rosario, Santa Fe; y que es el que aquí tomamos como referencia. Según explica una “Nota Aclaratoria” de esta edición, la misma se basó en dos antecedentes precisos: una publicación anterior efectuada por “El cielo por asalto” (del año 2000), que contaba con un estudio introductorio de Horacio Tarcus; y una versión virtual aparecida en www.rebelión.org, prologada por Marcelo Yunes, de quien tomamos los comentarios que siguen.

           

Allí, el prologuista aludido va a detenerse a subrayar la extraordinaria originalidad del planteo de Peña, puesto que este ubica a todo lo atinente a “la alienación humana” como una problemática que integra “EL CORAZÓN” mismo de la teoría marxista. Algo que Yunes considera inédito –y por ello digno de gran admiración- frente a lo que eran las concepciones dominantes por aquellos tiempos. Afirma Yunes que: “…el lugar que le asigna Peña a la teoría de la alienación, era por entonces casi desconocido para los lectores de habla hispana, debido a la inexistencia de traducción del trabajo más conocido de Marx sobre el tema: los Manuscritos de 1844”.

Compartimos a continuación, pues, algunas de esas reflexiones que lograron ser recuperadas de aquellas “Reuniones” a las que convocara Milciades Peña en 1958: “Alienación y desalienación (…) sintetizan los dos conceptos fundamentales del marxismo, la esencia, el corazón del pensamiento marxista. Alienación quiere decir que el hombre está dominado por cosas que él creó (…) La alienación se revela en que los productos del trabajo del hombre cobran existencia independiente (…) las relaciones sociales entre los hombres aparecen como cosas que escapan a su control y parecen regirse por leyes propias, casi ‘naturales’; [en que] el producto del trabajo de una parte de la humanidad se transforma en poder de la otra parte de la humanidad; [en que] el hombre ya no existe como hombre sino como obrero o tendero, como intelectual o picapedrero, como parte de hombre, nunca como totalidad humana; [en que] el hombre mismo se convierte en cosa, en instrumento que otros hombres utilizan para sus propios fines, y en fin, en que el trabajo mismo también se separa del hombre y se convierte en cosa. Ya no es la realización de la capacidad creadora sino un instrumento para satisfacer necesidades”.

Y en esa perspectiva, Peña va a sostener que el corpus teórico del marxismo “habla del rescate del hombre, del reencuentro del hombre con sus nuevas cualidades”. Por eso mismo, critica a “las nociones vulgares del marxismo”, a las que responsabiliza de contribuir “a ocultar su esencia, esto es, la lucha contra la alienación…” Y refuerza esta idea que lo singulariza, con la siguiente previsión: “La teoría de la alienación no es una cosa de la juventud de Marx, que haya sido después dejada de lado. La teoría de la alienación impregna todo el pensamiento de Marx en todos sus momentos (…) Es en El Capital donde encontramos a cada paso la crítica a la alienación y el impulso hacia la desalienación del hombre, que es el motor del pensamiento marxista”.

Lo que lo lleva a posicionarse en este convencimiento, que viene trayendo consigo una fundamental implicancia teórica: “…sin comprender la teoría de la alienación no puede entenderse el pensamiento económico de Marx, porque todo El Capital no es más que un desenmascaramiento de la alienación humana tal cual ella aparece escondida en las categorías y leyes económicas de la sociedad capitalista”.

                                                       

El Fútbol y su potencia liberadora: condimentos desalienantes que nutren su pasión

No obstante, frente a ese panorama poco alentador de vidas aplanadas bajo los sombríos efectos sociales de la alienación, el fútbol, el mero inicio de su juego, supone el desencadenamiento de una potencia humana cuyos paradigmas de actuación se muestran absolutamente liberadores, ya que se trata de la puesta en movimiento de una fuerza existencial que se alza, en exacta y precisa contraposición, contra los rigores que imperan bajo la sumisión deshumanizante del “trabajo alienado”; que es como decir, bajo las condiciones sociales de producción y reproducción de la vida que ha instituido la tiranía globalizada del mercado.

(*) En efecto: Allí donde una pelota de fútbol se echa a rodar, sea en la irregular superficie de un terrenito cualquiera o en el homogéneo billar de un lujoso estadio, comienzan a disolverse, a desvanecerse, a diluirse, todos los mecanismos de amarre que inscriben a los individuos hacia el interior de un Orden Social cuyo funcionamiento reposa, en última instancia, en la alienación del trabajo. Se disuelve por completo y en su exacta totalidad, el primigenio encadenamiento de esa sujeción: No hay quehacer manual en el fútbol. Se desarma la dialéctica en que confluían y se confundían las manos cual herramientas; y, consecuentemente, también se desacopla la conexión cerebral de ese vínculo. Es decir, la conciencia también se despoja del acatamiento que le presta a un estado de cosas que, al tiempo que escamotea y niega la humanidad, racionalmente es asumido como si se tratara de un “Orden Natural”.

Está muy mal vista allí -y será severamente penada, además-, la utilización de las manos. (Salvo, claro, que sea el mismísimo D10S quien extraiga un sortilegio de potrero y en un saltito alucinado le gane, de mano, precisamente, al garfio porfiado del grandote Peter Shilton; esa enguantada y frustrada expansión imperial que, a pesar del paso del tiempo, parece continuar “apretada, como el rencor”, según canta el tango…). 

Lo cierto es que lxs protagonistas de cualquier partido son llamados a ingresar a un mundo donde van a verse completamente librados de la sujeción maquínica a la que lxs condenan sus extremidades superiores. El girar del balón implica que la prensil destreza manual se desactive por completo, y con ello cesa la atávica y tiránica operatoria de aferramientos prensores y opresores. Y la habilidad requerida se traslada, briosa y anhelante, hacia los pies (con los que también se danza). Donde no tendrá un destino predestinado de engranaje productivo (si se me permite redundar en ese concepto de reminiscencias sartreanas), sino que, por el contrario, irá a unir la pericia emancipadora de su arte, a una estimulante finalidad lúdica: el juego por el juego mismo. Despojado, al fin, de toda racionalidad utilitaria. 

Y esa liberación va a hacerse sentir en la distinta vibración que adquieren los músculos de lxs protagonistas; en el deseoso estremecimiento que pasa a inquietar sus terminales nerviosas; en el mismísimo espacio geográfico en que tendrá lugar el encuentro, el que súbitamente se ha poblado de inasibles destellos que cubren todo el territorio ceremonial, como las ansias contagiosas de quienes saben que van a asistir a una fiesta extraordinaria:

Algo se templa en el alma” de esos hombres o mujeres (como cantaba Gerardo Alfonso), a quienes, aunque sea en un ínfimo rincón de la conciencia, les brillará la intuición de que van a compartir una experiencia que se asemeja demasiado a la recomposición de algo constitutivo de su naturaleza: Que ya sea desde la punta de lustrosos botines o desde ennegrecidos pies descalzos, lo que comienza a reconstituirse para recuperar su esplendor perdido es la condición de posibilidad de una humanidad emancipada; eso que nunca debió haberles sido escamoteado. 

Quizás, la más notable expresión de esta especie de metamorfosis inversa, de esta reasunción hacia la plenitud de la humanidad negada, sea el precalentamiento más excelso y maravilloso de todos los tiempos: Allí cuando Maradona, en el Estadio Olímpico de Munich, en la previa del partido entre el Nápoli y el Bayern por las semifinales de la Copa UEFA, comienza a hacer jueguitos con la pelota mientras por los altoparlantes suenan los acordes de “Life is life na-na-na-na-na…” (El prodigio ocurrió en Bavaria, el 19 de abril de 1989, y puede verse recreado en el video del periodista holandés Frank Raes, que estuvo en el estadio y asistió a tan memorable acontecimiento, según cuenta Ewald Pfleger, integrante de la banda austríaca “Opus”, que compuso la canción).

(*) Por otra parte, dadas las características propias del fútbol, no hay, allí, acaparamiento individual posible. Por el contrario, la condición de posibilidad del juego supone un continuo acto de entrega recíprocamente compartida. Lo que ocurre en sintonía con la búsqueda de una precisa traslación del prodigioso elemento esférico, para ensamblar esa armónica dación colectiva hasta el momento sublime en que las redes se sacuden su pálida languidez. Y así, siempre se mirará con desconfianza al “dueño de la pelota”. Es que su acaparamiento individual introduce un tipo de vínculo de apropiación que no se compadece para nada con el requerimiento de reciprocidad, de mutua y colectiva mancomunidad que posibilita y da vida al fútbol. La impostada y privilegiada presencia de un “dueño” de esas características importa traer, desde el infausto mundo exterior, un modo de posesión que es por completo extraño respecto al tipo de relaciones sociales que tienen lugar dentro del “territorio libre” que enmarca los confines de la cancha.

(*) Asimismo, tampoco es atribuible a mera casualidad el hecho de que la reposición del balón desde el borde lateral del cuadrilátero sagrado, deba llevarse a cabo con las manos. Los movimientos corporales necesarios para reiniciar el juego desde ese lugar, se hallan impregnados de un profundo simbolismo que no sería atinado menospreciar: Para efectuar el “saque de banda” es preciso aferrar la pelota con ambas manos, ejerciendo una fuerza a cuya eficacia prensora contribuye, de manera decisiva, la oponibilidad del pulgar. Luego, se elevan esas extremidades flexionando los antebrazos hacia atrás de la cabeza, a la altura de la nuca. Es fundamental, además, en todo momento, respetar el límite demarcado por la línea de cal. El gesto de impulsar y arrojar el esférico desde ese umbral preciso, adopta todo el sentido práctico de un acto a resultas del cual, automáticamente, es depuesta, en todas sus líneas, la conexión que ataba a las manos (y desde allí, a la totalidad vital de nuestra especie, reitero) a su crudo rol funcional de herramienta productiva en condiciones de explotación y de alienación social. A su vez, el movimiento también requiere pasarle por encima, superándola y dejándola atrás, a la coronilla y a la entera cavidad craneana en tanto ámbito generador del pensamiento. Así, desprenderse de la pelota en esas condiciones conlleva, simultáneamente, arrojar lejos de la conciencia a la amarga “Razón Instrumental” que campea fronteras afuera del escenario lúdico. Racionalidad que, al anteponer como dogma inmodificable su lógica utilitaria, no hace más que subyugar la totalidad de la vida natural bajo el frio rigor de la dominación lucrativa del entorno; del cálculo de beneficios monetarios; de la especulación y la rentabilidad a cualquier precio. Finalmente, lo que tenemos allí, en definitiva, consiste en que el itinerario completo que describe la pelota equivale a un pasaje que, al trasponer la línea demarcatoria de la cancha sobre el aire encantado de cualquier estadio, nos traslada desde el “REINO DE LA NECESIDAD” al “REINO DE LA LIBERTAD”: ese que la aguarda en el campo de juego, siempre ávido y bien predispuesto para continuar la búsqueda de nuevas epopeyas colectivas. (1)

¿Amargos refutadores en el área chica…?

Es probable que no falten amargos refutadores interesados en impugnar todo cuanto aquí hemos afirmado. Es probable, también, que acudan para ello a la singular presencia del arquero adentro de la cancha, en la medida que se trata de un jugador que goza de la plena aptitud de utilizar sus manos a lo largo de todo el partido. Incluso, quizás, estos rebatidores seriales vayan a extraer de su sesgada memoria el recuerdo de antiguos relatores que, desde la voz metálica de la radio decían, por ejemplo: “…toma corta carrera…, con fuerte disparo ejecuta el córner desde la derecha…, la pelota describe una perfecta parábola sobre el área grande…, salta el arquero y atenaza el balón con sus dos manos…”

           

(*) Quizás se trate de una previsión excesiva, pero estimo conveniente anticipar que no servirán de mucho las eventuales objeciones de ese tipo, ya que con relación al “guardameta” se hacen presentes dos cuestiones ciertamente relevantes, a las que aquí cabe atribuirles la trascendencia que poseen:

1°).- Antes que nada, espero se me dispense por la expresión, pero desde que me enteré que Javier Milei fue arquero, no puedo decirlo de otro modo (y al fin y al cabo, se trata de una formulación extraída de la jerga futbolera): Si el arquero rival es aquél al que hay que “cagar a goles”, ello obedece, justamente, a que es el que en sus guantes sostiene la vigencia del mundo alienado; una realidad que es preciso abolir si aspiramos a que “de verdad sea cierto el amor y posible la felicitad…” El momento culminante del juego, el instante de su gloriosa consagración, se corresponde con la superación de la última resistencia que opone quien, merced a la peculiar habilitación manual que aún ostenta -con sus extremidades superiores activas-, se erige como el único y último exponente del atávico nexo primigenio que, en las condiciones sociales imperantes, sume a la humanidad en la alienación y su ignominia. 

2°).- Asimismo, el puesto de “portero” también se halla investido de esta otra potente alegoría: Como es sabido, siempre habrá alguien capaz de transmitir su testimonio a las generaciones venideras acerca de cómo era la vida en aquellos tiempos tan pretéritos como desalmados: En aquel pasado oprobioso al que es preciso no volver; NUNCA MÁS.

((Como decíamos al comienzo, tal vez por allí podríamos ir vislumbrando algunos factores de procedencia “antropológica”, que estarían otorgando al fútbol su ostensible cualidad de deporte fascinante y generador de inmensas pasiones a lo largo y ancho de todo el planeta)).

¡Arriba las manos, esto es una SAD…!

Sin embargo, la insaciable y predatoria voracidad del Capital siempre intentará expandir su poder hacia el acaparamiento de la totalidad de lo social, lanzándose a colonizar con sus implacables y destructorias “Leyes del Mercado” hasta los más pequeños y sublimes resquicios de la realidad. Y entonces, “desde su torre de oro y exterminio” se dedican a acechar al fútbol -y a todo cuanto se mueve alrededor de él- mirándolo como un botín por demás apetecible; irresistible, podríamos decir, para los blancos guantecitos de semejantes mercaderes. Sustituir los Clubes por las “Sociedades Anónimas Deportivas” (SAD), es el modo en que se expresa, en la actualidad, esa impúdica pretensión de ahogar una tradición gloriosa, noble y humana, “bajo las aguas heladas del cálculo egoísta”. 

           

No obstante, la hinchada de Boca se afinca en el convencimiento de que los días en que allí se juega de local, la Bombonera no se mueve, sino que “late”. Dada esa arraigada e irrebatible certeza, surgida del más puro y genuino sentimiento, resulta inconducente cualquier planteo que quiera  poner en cuestión la real existencia del pulso cardiovascular que allí se menciona. Por ello, cuando frente a la avanzada privatizadora tramada por la ambición de entregar el Club a la codiciosa avaricia de las “Sociedades Anónimas”, Riquelme se plantó y dijo: “Esta gente no puede pisar la cancha nunca más porque no son hinchas, y nos quieren ROBAR EL CORAZÓN”, está claro no había metáfora en sus palabras, sino una conmovedora y profunda literalidad. Por eso mismo y por todo lo expuesto hasta aquí, el triunfo de Román en las pasadas elecciones de Boca no es sólo un éxito personal, sino una nueva victoria del fútbol –y su intrínseca humanidad- contra el Orden Social del Capital.

(1). La Regla N° 15 del “Reglamento del Fútbol” establece que: “Al ejecutar el saque de banda, el lanzador deberá: Estar de pie frente al terreno de juego; Pisar la línea de banda con los dos pies –aunque sea parcialmente- o estar situado por fuera de la misma; Lanzar el balón con ambas manos desde atrás y por encima de la cabeza desde el lugar en que el balón haya salido del terreno de juego (…) El balón estará en juego tan pronto como haya entrado en el terreno de juego…” No hace mucho, tomó estado público que en el seno de la “International Football Association Board” (IFAB), es decir, la FIFA más las cuatro asociaciones de fútbol del Reino Unido, se había barajado la posibilidad de introducir como innovación reglamentaria el “saque de banda con los pies” (estilo futsal). Pese a ello, estamos en condiciones de anticipar, desde ya, que una propuesta de esas características no lleva destino de prosperar. Entre otras cosas y fundamentalmente, en atención a las consideraciones que aquí venimos relacionando.

Deja un comentario