Folklore, última entrega de la Trilogía de la Música

Es uno de los futuros posibles. El Gobierno Tropical sobrevive a base de decretazos y formalidades analógicas perimidas que todos respetan y a nadie importan. Mientras la crisis se perpetúe, lo demás no importa. Mientras la guita esté, de alguna manera los quilombos proliferan. Carreras políticas, comerciales, corporativas, y también carreras culturales. Muchos años después y de algún modo mientras los sucesos de las novelas Rock y Electrónica fueron olvidados, como corresponde, permanecen sin embargo ahí flotando en la Historia, y los escritores fracasados Fernando Funes y Alberto Litter dan la batalla final confrontando, en el pasado, contra los folkloreros. Así pondrán en movimiento los engranajes de la Historia Tropical que les permitirán corregir en tiempo real debilidades narrativas y errores históricos. Atravesados por el rock y la electrónica, sus yoes y sus otros yo, Folklore ajusta cuentas a ritmo vertiginoso y con la desapasionada crueldad e incorrección exhibida en una carnicería cualquiera.

Arte de portadas, genialidad del ilustrador y artista gráfico José Bejarano, para el universo literario tropical.

Abrí los ojos y vi luz. Una masa blanca y radiante de concreto iridiscente me envolvía ambas cuencas orbitales en la más intensa experiencia posmortadela y juro que era yo mismo todo resplandor parpadeante. Pestañeé con rabia instintivamente para cincelarme desde el núcleo de aquel mármol absoluto hasta que el techo apareció. Lo primero que pensé fue que estaba, al fin, muerto. Sin cuerpo la luz y la oscuridad son lo mismo, no se ve. Sin límites no hay nada. Pero estaba pensando. Creer que se ve ya es ver. Algo es algo, muerto no estoy, me dije, no puede ser esto.

Pasaron segundos, minutos o vaya uno a saber cuánto cuando la cara de Alfredo se asomó desde arriba. Lo vi atusándose el bigote como a través de un vidrio esmerilado, pero supe de inmediato que era él.

—Tranquilo hermano —dijo.

— ¿Estamos muertos? —pregunté sin escuchar lo que decía.

—Tranquilo. Ya habrá tiempo para entender todo. O no, porque al final de cuentas Guido no hace falta entender demasiado, así que no te preocupes. Ahora descansá. La realidad les pasa por arriba a los zoquetes melindrosos que van por ahí tratando de entender “las cosas”.

Lo único que por el momento es necesario entender es que, al representarme el futuro, imaginamos un progreso hacia una suerte de utopía, donde seres semejantes viven en la pura felicidad. Tal paraíso no existió nunca a través de los eones que yacen entre nuestras realidades temporales.

Me dormí profundamente. Durante años capaz. Soñé que estaba en una habitación con paredes de ladrillos rasados, sentado frente a una mesa donde reposaban resmas de papel A4 de 75 gramos, blanco alcalino, con inéditos impresos: Ladrón de Cadáveres, Pescado Podrido, No hay lugar para fracasados, La purga de los malos escritores y un montón de laboratorios literarios en los que, como se sabe en las pesadillas sin saber cómo se sabe, era imposible distinguir ficción de realidad y viceversa. Un foquito de 25 watts recubierto por la grasa de insectos quemados durante años y años pendulaba colgado del techo chirriando como al borde del cortocircuito. Hacía calor.

Alfredo permanecía sentado como quien permanece sentado al otro lado de la mesa revisando frenéticamente mensajes de sus numerosas redes sociales en su teléfono celular Motorola. El silencio era ruidoso porque desde afuera llegaba el reverbero de un sol ya agonizante.   

— ¿Qué te parece? —dijo en el sueño arrastrando uno de los inéditos sobre la mesa para ponerlo a mi alcance. Miré la portada: decía Folklore.

—Yo que sé Alfred. Te quiero. Somos amigos —dije yo.

— ¿Si volvieron los Guns & Roses, por qué no vamos a volver nosotros?

Súbitamente Alfredo transmutó en Axel Rose y supuse que yo era Slash y me dio un ataque de risa que me despertó.

Así empieza Folklore (2023), última entrega de la Trilogía de la Música, que arrancó con Rock (2014) y continuó con Electrónica (2015)

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