Hay un toro en la casa

Por Matías Ávalos

Ariela se despierta o ha despertado, desequilibra algo que estaba dentro del sueño o entre las sábanas, escucho que se sienta y apoya los pies en el suelo y con una mano, la veo entre la semipenumbra apenas rasgada por una línea de blanca que empieza en la puerta y se difunde en perspectiva hacia la cama, con una mano se restriega el ojo derecho, bosteza o ha bostezado y se pone de pie, sin encender el velador, camina hacia la puerta, sale.

Sé que me levanto o me he levantado, agarro una campera que está en el respaldo de la silla contra el escritorio, busco a tientas el paquete de cigarros y prendo uno. Me asquea, sabe a humedad. Lo fumo de todas maneras. Hace frío, lo sé porque una corriente de aire se entromete por el pasillo. En la cocina apenas llego, guiado ciegamente por la luz que enciende o ha encendido Ariela, entro y me duelen los ojos bruscamente hasta que se acostumbran a ese blanco duro que las paredes le dan o le han dado a la habitación. Ariela no está, pero ha estado porque la cafetera está funcionando y el café está en el filtro y el líquido comienza a caer lentamente. Eso me distrae no sé por qué. Hace frío, me doy cuenta de que la puerta que comunica la cocina con el patio trasero está abierta, el frío se mete como un dragón y el cigarrillo se acaba o se ha acabado. Pienso que Ariela puede estar afuera, de manera que me acerco y la abro completamente. La luna está enorme, como el tiempo, pienso que el cielo a veces tiene algo de cíclope, pienso que el cielo es estúpido como un pez.

Salgo un poco, lo suficiente como para que el frío me haga desistir de continuar. Naturalmente Ariela no está en el patio. Pienso que nos olvidamos de trancar la puerta antes de haber ido a dormir. A esta hora pienso o he pensado muchas cosas inútiles, creo que es la costumbre o el frío. Debo cerrar la puerta desde luego. Busco otro cigarrillo en la campera, pero parece que me los olvidé en el cuarto. Por algún motivo no quiero regresar a pesar de la apremiante ansia de fumar.

La cafetera se detiene o se ha detenido. Saco una taza de la alacena, casi se me cae al piso cuando escucho o he escuchado los golpes en la puerta de la cocina. Ariela pide que se la abra. Toc toc toc, abrime que me estoy cagando de frío. Dejo la taza y voy a abrir. Está con los brazos cruzados y tirita como un animalito. El toro está adentro, me dice o me ha dicho. El qué. El toro. Se metió cuando ella salió o ha salido, había escuchado unos ruidos y quiso saber qué era, lo vio por la ventanilla y cuando salió al patio lo buscó pero no pudo encontrarlo, dio vuelta a la casa pero nada.

No podía estar adentro, yo había cruzado el living sin ver nada extraño. Te digo que está ahí. Y vamos a ver, entonces. ¿No te estarás drogando vos? Ariela prende la luz del living, pero no hay animal. Por la puerta abierta entra un viento sucio. Salió por ahí, dice. Llegamos a la puerta principal y salimos. El toro no estaba en el frente. Me pide que ponga llave, no se sabe de qué son capaces estos animales de hoy en día.

A esta hora nos pasa o nos ha pasado el sueño. Ariela me besa, me dice que tomemos un café. Llegamos a la cocina y saco otra taza, sirvo, llevo las tazas a la mesa. Otra vez una ráfaga fría y la puerta abierta. Pero qué mierda. Salgo deprisa y Ariela me sigue o me ha seguido. No sé por qué pero de pronto tengo miedo, o es espanto u otra cosa. No sé, en mitad del patio me parece que el mundo es demasiado grande o terriblemente pequeño. Ariela me habla y vuelvo a mis pies. Miro hacia arriba, al azar, y veo que a la luna le falta un pedazo, como si la hubieran masticado, también al árbol que está en una esquina del patio contra la medianera le falta un pedazo de ramaje. Ariela se sujeta a mí y me aprieta con torpor. Quiere decirme algo pero se detiene en la primera letra.

Decidimos rodear la casa para ver si hallamos al toro. Nos separamos de manera que si está allí el animal no pueda escapársenos. Pero nada. Seguro está adentro, le digo o le he dicho. No sé por qué pero a esta hora comienzo a pensar que de veras el toro está en la casa. Recuerdo que la luna y entonces la miro y ahora le falta un pedazo más del lado opuesto, está como una manzana en las últimas. Pienso en un ojo masticado. Volvemos al patio trasero para entrar en casa, puesto que cerramos la puerta de enfrente con llave, y Ariela me detiene. ¿Y si está? Realmente no importa o no ha importado. Si querés entro yo primero. Adentro desde luego no hay toro. Reviso cada ambiente sin dar con el animal. Nada.

Busco los cigarrillos en el dormitorio y enciendo uno. Me pregunto por qué me miente o me ha mentido. El cigarrillo sabe a mierda, lo apago a la mitad. Me acerco a la ventana y descorro la cortina, desde aquí veo o he visto a Ariela acercando su cara a la luna y mordiéndola, arrancando un pedazo más, y luego otro y otro hasta oscurecer el mundo y ya no poderse ver nada afuera. A estas horas desde luego me gustaría estar soñando, pero enciendo o he encendido otro cigarrillo y me siento a esperar que vuelva, no me gusta dormir solo.

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