El amor en tiempos de cuarentena – Episodio Final

FUE AMOR EL PRIMERO QUE CONCIBIÓ DE TODOS LOS DIOSES.

PARMÉNIDES

SI TUVIERA QUE REPRESENTAR EL AMOR, ME PARECE QUE LO PINTARÍA (…) BAJO LA FORMA DE UN DEMONIO OJEROSO, PRESA DEL DESENFRENO Y DEL INSOMNIO; ARRASTRA CUAL ESPECTRO O GALEOTE, UNAS RUIDOSAS CADENAS EN LOS TOBILLOS, Y SACUDIENDO EN UNA MANO UN FRASCO DE VENENO, MIENTRAS EN LA OTRA ESGRIME EL PUÑAL SANGRANTE DEL CRIMEN[1].”

BAULDELAIRE

Por Ariel Sobko

El amor en tiempos de cuarentena llega al final y, como corresponde a una historia de esta naturaleza como corresponde al menos a la mayoría de las historias de amor de mis amigos, termina mal. Es el fin, pero, como en una historia todo está conectado, también es el principio. Ahora bien, las conexiones en una historia no son necesarias (nada se repite, un final circular no termina una historia), no conducen a un desenlace especial y, en cualquier caso, se trata de la presencia del todo dentro de la parte. Como narrador me limitaré a exponer los hechos de manera exacta, según ocurrieron, no deben echarme la culpa de que se perciban inverosímiles. Primero, hay que aclarar que el final se suscitó mucho tiempo después de los últimos acontecimientos (tres meses después), luego de que la serie de hechos particulares fuese embestida nuevamente por la serie de hechos universales y todos los personajes terminaran infectados de coronavirus. Del lado de los pobres, la traza del contagio comienza con el jefe de la mujer del matrimonio rico que trabajaba demasiado, quien contagió a la mujer, la mujer contagió a su marido y a sus hijas, las criaturas contagiaron a María pobre, María pobre contagió a su papá y a Luis pobre y Luis pobre contagió a su mamá y al Pelado, con quien había vuelto a juntarse luego del robo al depósito. Del lado de los ricos, el papá de Luis se contagió en un ostentoso paseo de compras por los supermercados grandes de la ciudad  y, la vez que estuvo en el departamento de María, contagió a María, a Luis y al doctor, el papá de María, y a Fulvia, la amiga. Recordemos, Fulvia al verle la cara destrozada a María y luego de que ella tratara de despistarla, decidió llamar al doctor, el padre de María para citarlo en el lugar y así poder increparla entre ambos. El doctor era el propietario del departamento y tenía las llaves del edificio, así que subieron al cuarto piso y golpearon la puerta de María. Sin embargo, las cosas salieron para otro lado. En el interior del departamento, Luis impidió con su brujería que se dieran cuenta de algo extraño, y entonces no pudieron aseverar las marcas del abuso en el rostro de María que Fulvia aseguraba haber visto. Por más que, una vez en la vereda, ella le jurara e insistiera haber visto bien el rostro destrozado de María, no tenía manera de persuadirlo porque en el departamento la habían encontrado con sus rasgos completamente intactos. Luis es un brujo muy poderoso, doctor, tiene que creerme, nos hechizó para que no podamos ver nada. Calma, Fulvia, calma… María está bien. El que no está nada bien es el papá de Luis. Tenía razón el doctor, de hecho, unos días después, cuando terminó en terapia intensiva por la infección del covid-19, recordó al sujeto y se alarmó por María y por Fulvia, pero ya era demasiado tarde. El doctor, por más que gozaba de buena salud, terminó en terapia, pero Fulvia fue asintomática (estuvo aislada en su casa veinte días) y también María y Luis, aunque esto se debió al sortilegio que hizo Luis para hacerlos inmunes, magia negra que había adquirido en sus incontables pactos con el Diablo realizados a lo largo y a lo ancho del planeta. La mamá de Luis tampoco tuvo nada, uno supone que, debido a su condición de bruja, a su espíritu mammónico, era resistente a las enfermedades y a los achaques de la edad. Los pobres, por lo demás, tuvieron mucha suerte, no pasaron por mayores complicaciones con la infección. Al papá de María pobre, una inesperada resistencia de su organismo le hizo reducir los síntomas a una suerte de “gripesita”. La mamá de Luis pobre una mujer que, dejando de lado el cáncer de mama del que se había curado, llevaba una vida ordenada y extremadamente sana, sólo sufrió la pérdida del gusto y estuvo presa de una enorme confusión durante varios días. María pobre tuvo fuertes dolores de cabeza y Luis pobre un vasto agotamiento. El Pelado, sin embargo, sin que lleguen a ser severos, tuvo todos los síntomas del coronavirus: fiebre, tos, dolor de garganta, dificultad respiratoria, dolor muscular, agotamiento, cefalea, diarrea, vómitos y pérdida brusca del gusto y del olfato, pero sobre todo dificultad respiratoria, producto de un asma crónico preexistente. La pasó fulero el Pelado. Si bien no lo internaron, por un malentendido tuvo que pasar su aislamiento no hospitalario en el Centro de Convenciones Gala un mega salón de fiestas usado habitualmente por la grasa pudiente de Resistencia city tropical, convertido en campiña sanitaria durante la pandemia. Como sea, sin dejar de lado que el papá de María estuvo en terapia intensiva, ninguno de los personajes pereció a causa de la pandemia, o sea que el acontecimiento del final, en efecto, bien puede prescindir de ello y suscitarse en cualquier otro estado de la situación. Después de la infección, con el capital que cobró de un subsidio(con la ayuda de María pobre), Luis pobre volvió al puesto de la feria paraguaya a vender juguetes, y María pobre que había abandonado su trabajo como doméstica en la casa del matrimonio rico, de la misma manera, con el subsidio, emprendió un kiosquito en su casa que atendía por la ventana, enfriaba las bebidas en su heladera domiciliaria y en un freezer que Luis pobre le había prestado que pertenecía al papá y que, desde su fallecimiento, estaba en desuso. Del lado de los ricos, en el colmo de la estupidez, Luis organizaba fiestas en el departamento de María con otros tantos estúpidos con posibilidades como él, llenos de ruido y de vanidad, verdaderos excesos en reuniones interminables de juerga violenta y decadente, en las que María los acompañaba bebiendo champagne y fumando cigarrillos, hablando disparatadas, disipada por el embrujo fatal de Luis. Cómo nos equivocamos en el amor; si la vida es el error, la equivocación en el amor es directamente la muerte. Después de las infecciones fueron tres meses de total normalidad, de esa normalidad tan preciada que de nueva no tuvo nada o tan sólo el uso del barbijo y la parsimonia exasperante de las compras. En esto transcurría la vida de nuestros personajes, hasta que un día el martes 6 de octubre, tres días antes del retroceso a fase 1 de Resistencia city tropical y la vuelta de la alarma sanitaria, ocurrió lo que tenía que ocurrir y el desenlace fue atroz. Antes que nada, debemos revelar un detalle del principio de la historia la madrugada del 14 de marzo, antes de la cuarentena, cuando los protagonistas se conocieron, un detalle oculto que es como un hilo muy corto y delgado que al estirarse desenreda una maraña, revela un dibujo del bosquejo inicial del cuadro tapado por las capas definitivas, el detrás infinito y deforme de las historias. El asunto es que la madrugada del 14 de marzo, cuando Luis y María estaban juntos en el boliche, el Pelado la movía adentro y Luis le estaba comprando cocaína. Al menos tres veces lo había citado a los reservados del lugar para que le llevara las bolsitas de medio gramo que esnifaba de un solo saque en los baños del vip. El Pelado la movía adentro del boliche, no por cuenta propia, sino como parte del “servicio” de la casa, por así decirlo, cuyo díler era el patovica que aparece en la foto de Facebook donde Luis sale con los ojos rojos y de la que María recoge el comentario de Fulvia. Le daban el treinta por ciento de lo que movía o la cantidad correspondiente de sustancia y él casi siempre llevaba la droga porque les pasaba su número de celular a los mismos clientes y después del boliche sacaba el doble. En efecto, Luis llamó al Pelado desde el departamento de María esa madrugada, y quedó en contacto con él, pero inmediatamente vino el confinamiento y el Pelado se dedicó exclusivamente a su trabajo en la distribuidora. Sin embargo, después del contagio, al Pelado lo habían remplazado en la distribuidora (la empresa no había parado), y el dueño le ofreció una especie de indemnización que aceptó y, con parte del dinero, compró un kilo de una merca rosada que consiguió para vendérselas a los ricos. El Pelado tenía algo especial con los ricos; no era como Luis pobre que, aunque que les robara, paradójicamente podía admirarlos. Al Pelado le provocaban hostilidad los ricos, sin embargo se involucraba demasiado con ellos cosa que Luis pobre no hacía en absoluto. La cuestión es que Luis, después de contagiarse, empezó a llamarlo compulsivamente al Pelado, para comprarle esa “porquería” (como llamaba Luis a la cocaína), tres o cuatro veces al día. Además, le pedía cigarrillos, bebidas, hasta hielo para las fiestas clandestinas que armaba. El Pelado iba y venía al departamento de María con los pedidos de Luis, que eran cada vez más caprichosos: tinturas de cabello, ropa y toda clase de cotillón. A veces le dejaba quedarse en las fiestas y a veces le cerraba la puerta en la cara después de pagarle por los recados. Hay que aclarar que nadie en el edificio percibía el jolgorio adentro del departamento de María. Luis se había encargado de bloquear el lugar con un hechizo tan poderoso que no dejaba escapar los sonidos ni los olores logrando además que a la gente que salía y entraba les pareciesen al resto de los habitantes del edificio, meros pensamientos o ensoñaciones. Ya había practicado Luis esta clase de hechizo poderoso para disuadir al contexto de sus excesos, construyendo con su magia especies de parcelas infernales donde gozaba largamente en compañía de las almas perdidas. Como sea, la cuestión es que después de un mes ininterrumpido de joda pesada en el departamento, Luis, para irritarlo, le cerró la puerta en la cara al Pelado luego de haber cumplido sus recados, como había ocurrido varias veces, pero sin pagarle, y le hizo esto por tres días seguidos. El último día que le había cerrado la puerta en la cara sin pagarle, el Pelado le había dejado a Luis un arsenal de falopa como para que la joda durase una semana, más todas las estupideces que le había solicitado (corbatas, pinturas de uñas, lucecitas navideñas). El Pelado se retiró del edificio, al igual que los días anteriores, sin decir nada, idiotizado por Luis. Pero caminó unas cuadras y empezó a caer. Primero pensó que Luis quería herirlo, luego que en realidad quería saber, Luis, hasta donde podía disfrutar de la anomia de la joda como disfrutaba él… Pero cuando llegó a su casa en la villa (había tomado un taxi), lejos del mundillo hechizante de los chetos, se calentó y la cosa le cayó muy mal. Pasó dos días sin responderle los mensajes a Luis, que no paraba de pedirle cosas. El Pelado le contaba a Luis pobre lo que le estaba ocurriendo: «¡Quién puta se cree el abogadito este!» Lo llamaba “abogadito” a Luis, a veces “doctor”, porque ya sabemos, Luis se hacía pasar como abogado. «¡Le voy a meter un tiro en la cabeza!» Estaban hablando en la vereda de Luis pobre, tomando cerveza y fumando cigarrillos. Con ellos estaba María pobre; tomaba de la mano a Luis pobre. Desde que se habían reconciliado no se separaban ni un segundo. Luis pobre era muy denso, iba a verla cada vez que podía al kiosco, y a veces ella lo acompañaba en la feria; a la noche se besaban en el auto de él. La cuestión es que María pobre los escuchaba hablar al Pelado y a Luis pobre mirando al piso, como era su costumbre, mirar al piso, cuando sabía que iba a abrir la boca para decir algo ingrato. Mandale la policía, dijo. Luis pobre la miró de repente, asustándose porque María pobre había nombrado a la policía. Nooo, no, dijo Luis pobre, nada que ver… ¡cobrale! El Pelado fumaba con ahínco apretaba la colilla del cigarrillo con sus yemas como si quisiera torturar al cigarrillo, la mirada se le perdía mientras la cara se le deformaba de la ira, en clara alusión de estar pensando en Luis, riéndose de él en la cara. Al día siguiente (el martes 6 de octubre), el Pelado llamó enloquecido a Luis pobre a las nueve y media de la mañana. Había hecho cuentas y el abogadito lo había acostado, así se refirió, cerca de diez mil pesos, estaba decidido a cobrarle y quería que él, Luis pobre, lo acompañara. “Quedate tranquilo, te vamos a acompañar con María…”“¡No, no, con la mina no, Negro…!” “Tranquilo, no va a pasar nada. El tipo tiene guita, llámalo, decile que te dé lo que te debe y listo.” Luis pobre trataba de calmarlo. Sin embargo, del otro lado del teléfono, el Pelado lagrimeaba de la tirria que le cerraba la garganta mientras cargaba la pistola nueve milímetros que tenía hace diez años y que la llevaba en sus peores momentos. Un subsidio, dijo María pobre cuando Luis pobre le contó todo por teléfono. Luis pobre quería que ella los acompañe porque el Pelado era capaz de hacer cualquier cosa, y él creía que ellos dos podían ayudar a calmarlo. Eso sí, que no haga ningún comentario… le dijo a María pobre, la idea era calmarlo. Quedó en buscarla a las dos de la tarde y después pasar por el Pelado. En ese momento, en el departamento de María, Luis planeaba hacer las compras para una cena con amigos y, al mismo tiempo, le escribía mensajes al Pelado: “Dame bola hoy pelaaadooo! No seas pajero! Traeme cinco gramos de esa porqueriiiaaa!” El Pelado no aguantó la bronca y lo llamó. “¡Escuchame, pelotudo le dijo ni bien lo atendió, págame la guita que me debés!” “Eyh, eyh, eyh… esperá un toque, ¿por qué me hablás así?” “A mí no me importa que seas abogado, ¿escuchaste? Yo no te tengo miedo.” “We loco, ¿qué te pasa?, te voy a dar la guita…” “¡No! Ningún te voy a dar… ¡Ya, quiero la guita! Voy para tu departamento.” Cortó y volvió a llamar a Luis pobre. “¡Pero, Pelado… después de las dos de la tarde dijimos! ¡Yo estoy laburando ahora!” “Dale Negro, no seas pelotudo, vení, buscame.” Luis pobre volvió a llamar a María pobre para decirle que se había adelantado todo y si podía pasar a buscarla ya. María estaba atendiendo el kiosco, acababa de abrirlo luego de bañarse y desayunar bien para transitar cómoda la extensa mañana del negocio que, por cierto, marchaba muy bien. “¡Pero, Negro… después de las dos de la tarde me dijiste!” “Sí, sí, ya sé mi amor, pero tiene que ser ahora, acompañame por favor.” “Yo no dejo mi trabajo por nada, Luis… Te acompaño sólo por esta vez, ¿entendiste?” En realidad, ella no sabía por qué aceptaba acompañarlo, jamás hubiese aceptado una cosa así, pero tenía un presentimiento extraño, que no lograba definirlo y tenía que ver con Luis pobre, y fue por ese presentimiento que lo acompañó. María pobre subió al auto de Luis pobre. Traía un entusiasmo voluble, el cabello suelto, aún húmedo por el lavado, y llevaba un vestido estampado largo y suelto. Antes de acomodarse en el asiento, besó a Luis pobre en la boca rápidamente para saludarlo pero, con una mano en su nuca, él la retuvo para darle un beso prolongado. No sabés las ganas que tenía de verte… le dijo después. ¡Veo, Veo…! dijo ella, burlándose de él, mientras le sacaba las manos de las tetas. Vamos a buscar al Pelado y le vamos a decir para ir a tomar un helado al centro antes, le dijo Luis pobre sonriéndole. María pobre lo miraba con falsa ternura. En su cabeza de bruto enamorado, pensaba, a Luis pobre se le ocurrían esas cosas, pero ella sabía que el Pelado era incontrolable y que estaba todo mal con el “abogadito” ese. Además, el Pelado no le caía bien, le parecía envidioso y violento; se lo decía a Luis pobre, pero él no la escuchaba. ¿Por qué no va solo si es tan macho como dice? ¿Y por qué aceptás acompañarlo vos en una cosa así? ¿Qué favores le debés? Luis pobre sonreía y no decía nada. Tampoco se le cruzaba nada por la cabeza, disfrutaba de la presencia de María pobre, quien le dejaba apoyar su mano en sus piernas mientras manejaba. Pasaron a buscar al Pelado y, cuando Luis pobre le propuso ir a tomar un helado, lo mandó a la puta, y después se le entendió algo como quiero venganza. Estaba borracho. Cuando subió al auto sintieron un olor rancio y fuerte a wiski y a cortisol que le pegó en la nariz a Luis pobre y a María pobre como pega el formol o el huevo podrido. ¿Venganza de qué? le preguntó Luis pobre bajando las ventanillas. Negro… llevame a lo del abogadito, que se pudra todo… quiero ¡ya! mi guita… Era lo único que podía entendérsele, hablaba muy doblado por la borrachera. Levantaba la voz y se tocaba todo el tiempo el barbijo, hasta que se lo quitó. La mandíbula se le movía como la de una vaca mascando pasto. Tranquilo, Pelado, le dijo Luis pobre mientras permanecía sin encender el auto. Sin embargo, y pese a las advertencias de Luis pobre, María pobre, cuyo entusiasmo todavía era voluble antes de que el Pelado subiera al auto, se fastidió con él y reaccionó diciéndole en mal tono y casi gritándole: ¡We, rescátate loco, no te saques! El Pelado y Luis pobre se miraron por el espejo retrovisor. Hubo un silencio prolongado, luego el Pelado le habló violentamente a Luis pobre en un tono y con un descalabro irreproducibles: Negro… querido…primero vamos a cobrarle lo que me debe este payaso… y después si querés vamos a tomar tu heladito del orto… A Luis pobre no le pasaba nada por la cabeza. Miró a María pobre, pero ella había bajado la mirada y no decía nada y, de hecho, no volvería a decir nada hasta que los sucesos se precipitasen. Aquí debería haber un punto a parte, un espacio, un asterisco algo que alivie el continuo de una historia que, como cualquier otra, no hace más que acumular hechos inconexos, pero el final de una historia de amor, en efecto, es largo y de una continuidad pasmosa, siempre. El asunto es que, a las once de la mañana, Luis pobre, María pobre y el Pelado llegaron al departamento de María y estacionaron el auto en la vereda del frente, en dirección a la entrada del edificio. Soplaba un viento norte tremendo y hacía mucho calor en Resistencia city tropical. Pero no se sentía el calor, porque el clima había cambiado repentinamente con el viento, en quince minutos pasó de catorce a cuarenta grados de temperatura.  El Pelado y Luis pobre bajaron del auto a fumar un cigarrillo. Por el desconcierto del clima, la gente llevaba ropa de distintas estaciones, algunos vestían con pantalón corto y ojotas y otros venían con camperas. María pobre se había quedado en el auto y los escuchaba hablar a Luis pobre y al Pelado a pesar del ruido que provocaba el viento y de la radio encendida. En un momento determinado, cuando al parecer nadie lo esperaba, salieron del edificio Luis y María. El Pelado había reiterado varias veces (al menos eso se le entendió) que todavía no le había avisado al doctor que iba para allá, al parecer, quería sorprenderlo. Pero la verdad es que fueron ellos los sorprendidos al ver salir del edificio a Luis y a María. Estaban espléndidos. (No usaban barbijos). Luis parecía una estrella de rock: tenía una camisa blanca, desprendida hasta el pecho, un jean enorme, roto en las rodillas, distintos collares y pulseras encimados, estaba bronceado y llevaba el cabello largo, doradísimo, sujeto a modo de vincha por unos lentes de sol. María, por su parte, lo tomaba de la mano y los seguía ligeramente, si Luis parecía una estrella de rock, ella era una de sus fans, una de esas fans que aparecen en los videos clips aludiendo entregarse hasta el abuso a la estrella de rock en cuestión. Era feliz, estaba enamorada, reía como si no fuese a reír nunca más de algo que él le decía disimuladamente por lo bajo. Y cómo no sentirse así… pensó María pobre al contemplar la belleza de Luis. María pobre supuso que eran ellos porque el Pelado había tirado el cigarrillo y se los señalaba enardecidamente a Luis pobre. Luis estaba hablando por celular cuando salía del edificio con María. Hablaba con su mamá y le decía que estaba yendo para la Inmobiliaria a hacer unos dibujitos con tiza que destraban la prosperidad  en el piso de la entrada, así se refirió, luego apartó el celular y, por lo bajo, le dijo a María: si cree que me va a hacer laburar está loca… de lo cual se reía tanto María. En eso, el Pelado cruzó la calle dirigiéndose a ellos. Luis pobre arrojó el cigarrillo que todavía tenía en la boca y fue detrás de él. María pobre bajó del auto, y también, siguiendo a Luis pobre, cruzó la calle hacia la vereda del edificio. Fue uno detrás del otro en un momento en el que el tránsito de los autos había cesado completamente, a pesar de que, por el horario, el tránsito era elevadísimo en ese lugar del centro. La cuestión es que de repente se encontraron frente a frente María, Luis, María pobre y Luis pobre, y el Pelado, como guiado por las Parcas, por medio de quien, las series paralelas de hechos particulares de los ricos y de los pobres se cruzaban en ese momento. ¡Dame la guita o se pudre todo! le gritó en la cara a Luis el Pelado y, retrocediendo, se levantó la remera para mostrarle el arma que llevaba en la cintura. María vio el arma y se puso a gritar. Se colocó detrás de Luis y trató de hacerlo ingresar de nuevo al edificio, estirándole de la camisa. María pobre vio el arma y tuvo una reacción similar. No gritó, pero lo agarró de un brazo a Luis pobre y lo quiso sacar de la escena en dirección al auto. Pero ninguno de los dos, ni Luis, ni Luis pobre, se movieron. ¿Por qué recurrir a la violencia? dijo Luis y sonrió con toda su boca perlada. ¡¿Quién puta te creés?! Volvió a gritarle el Pelado. ¡¿Creés que por cheto vas a venir a gilearme?! Increíblemente, se le entendía muy bien todo lo que decía, como si de pronto se le hubiese pasado la borrachera. Sos un desagradecido, le dijo Luis, con toda la plata que te hice ganar. ¡¿Qué tiene que ver?! ¡Dame la guita! ¡Estuve yendo y viniendo para que vos la pases de joda con tu minita! Al escuchar la acusación, María se desesperó todavía más, y María pobre volvió a estirarle del brazo a Luis pobre. Jajaja, rio Luis. ¡¿De qué te reís la concha de tu madre?! Con cada grito del Pelado se detenían cada vez más transeúntes. Cortenlá, che, dijo Luis pobre. Y vos flaco, dirigiéndose a Luis, conseguí la guita y dejémonos de joder. A Luis le gustó el sano interés de Luis pobre, por lo menos eso dio a entender cuando dijo ¿ves?, así hay que hablar, como habla tu amigo… No metas a nadie en esto, dijo el Pelado y sacó el arma de la cintura con la mano derecha, pero apuntando para piso, sin levantarla. María se desprendió de Luis, se acercó al portero electrónico del edificio y empezó a llamar a los vecinos gritando por el arma. María pobre lo agarró de la remera a Luis pobre y le gritaba Negro, vamos a la puta. Tranquilos, chicos… Esta noche hago una fiesta, ¿por qué no vienen todos al departamento? dijo Luis y se sacó un mechón amarillo que le atravesaba la frente. Aunque sus dichos eran agradables, su tono era irónico y su expresión facial burlona. ¡Dame la guita, puto de mierda! le dijo el Pelado y levantó el arma. Quizás haya sido el viento norte, quizás el calor que, si bien no se sentía, en su combinación con el viento hacía bochornos a la escena violenta, lo cierto es que, de tantas alternativas que tenía Luis (reducirlo con su magia con sólo mover un dedo, volverlo loco, hacerle creer que era una lechuza), de todo lo que Luis podía hacer con su poder, pecó de exceso, mordió la hybris y optó lo peor: transformarse en la calle en frente de todos. ¡Ya basta! gritó con su voz animal, y su figura súbitamente se agigantó, cuatro, cinco veces su tamaño, se le deformaron sus rasgos humanos hasta quedar con el aspecto de un terrible demonio (rasgos cadavéricos, garras, joroba, melena crispada, fosas nasales inmensas, cuernos y ojos rojos), conservando en el agrandamiento girones de sus ropas, como un Abadón. Con sus garras, alzó al Pelado como quien alza una rama, lo llevó en el aire hasta el auto estacionado de Luis pobre, lo apoyó en el techo del Volkswagen y comenzó a aplastarlo sobre la chapa, achatándolo, al techo, al punto de que el parabrisas salió del marco estallando en mil pedazos. Mientras lo aplastaba sobre la chapa, lo amenazaba con comerle la cabeza y los brazos si lo seguía tentando. Le gritaba en la cara con el tono del rugido del león y el volumen del barrito del elefante, de modo que todos oían lo que le decía, a pesar de la extrañeza de la voz. En el desplazamiento que habían hecho de la vereda del edificio al auto de Luis pobre, al Pelado, que venía alzado, se le cayó el arma en el medio de la calle. La cuestión es que, cuando el demonio empezó a destrozar el auto con el cuerpo del Pelado, Luis pobre corrió hacia ellos y, en el camino, vio el arma y la alzó. Había ocurrido todo muy rápido. En medio del pavor y el desconcierto por la situación de pesadilla que estaba viviendo, Luis pobre apuntó el arma al medio de la espalda del monstruo y, sin vacilar, vació el cargador sobre él. Los disparos dieron fin a la escena vertiginosa y el cuerpo de Luis, recuperando su forma y su tamaño normal, lentamente cayó tendido en el asfalto. El Pelado quedó inconsciente, atrapado en el bollo que había quedado en el techo del Volkswagen. Después de disparar, Luis pobre cayó de rodillas en medio de la calle y soltó el arma, como si él también hubiese sido herido, sintiéndose aplastado, en realidad, por todo lo que acababa de ocurrir y en lo cual se había involucrado como una marioneta del destino. La escena había ocurrido frente a los curiosos que se habían detenido para presenciar la discusión entre el Pelado y Luis en la vera del edificio y frente a los autos que se habían detenido cuando invadieron la calle. Nadie podía creer lo que había visto: al joven transformarse en bestia, el destrozo del auto con el cuerpo de otro joven, los disparos al monstruo por parte del tercer joven, la recuperación de la forma humana de la bestia. A la mayoría se le ocurría que podía ser parte del rodado de una película o de una escena armada para las redes; pero no había nada de eso. La policía llegó cinco minutos después de los disparos y la ambulancia doce minutos después de los disparos; la gente se amontonó al toque. Antes de que llegue la ambulancia, María, todavía en estado de shock, apartó la gente que tenía a su paso y llegó hasta Luis, tendido en la calle, se agachó, lo tomó de la nuca y le habló: qué hiciste mi amor, le dijo. Había un charco de sangre del radio de dos metros en torno a Luis, quien todavía estaba consciente. En un tono muy bajo, con una lentitud que delataba el agudo dolor que le provocaba y el enorme esfuerzo que tenía que hacer para hablar, le dijo: estaré bien si le avisas rápido a mi mamá. Tenía derrames en los ojos y le salía sangre por la boca. No hables, le dijo María, ya viene la ambulancia. Aun destrozado por las balas, Luis parecía más hermoso todavía. Los ojos azules rodeados de sangre eran un cuadro. Ella estaba asombrada. Voy a llamar a tu mamá, pero no hables, le dijo antes que él se desvanezca. Por su lado, antes de la llegada de la policía, María pobre también se había acercado a Luis pobre, con la diferencia de que a él no lo rodeaba nadie y de que ella no había entrado en shock. María pobre le dijo lo mismo que María a Luis, le dijo: Negro, qué hiciste. Él, con la cabeza baja y de rodillas el arma había quedado a un metro y medio suyo, le dijo a María pobre: mi mamá se va a volver loca. Te voy a conseguir un buen abogado. Luis pobre levantó la cabeza y la miró. Le sorprendió su frialdad, pero recordó que su ex novio, el ex novio de María pobre, estaba preso por un crimen que había cometido en un asalto. Volvió a bajar la cabeza. María pobre se alejó unos pasos, justo en el momento en que la policía rodeaba a Luis pobre para detenerlo. Unos minutos después, vino la ambulancia y se llevaron a Luis y al Pelado. La gente seguía amontonada en torno al auto de Luis pobre. Era impresionante el bollo que había dejado en el techo la presión que la bestia realizó con el cuerpo del Pelado. María pobre se acercó a María. ¿Vos sos la novia del chico? le preguntó. María dijo que sí con la cabeza. Seguía llorando. Se limpiaba la sangre de Luis por sus shorts. Nosotros no sabíamos que tenía un arma… Pero ¿qué pasó recién con tu novio?, ¿qué fue lo que vimos? María no decía nada. Las palabras no le salían, en realidad, por el llanto tormentoso, aunque miraba a María pobre fijamente a los ojos como queriéndole decir demasiadas cosas. En ese momento, los celulares de ambas comenzaron a sonar a la vez. Atendieron. Con el viento zumbando en los micrófonos, del otro lado del teléfono, el papá de María pobre no podía entender lo que ella quería decirle, ni el papá de María, quien también la había llamado en ese momento, aunque ella intentaba incomprensiblemente hablarle entre sollozos. Ahora sí, el calor se sentía en serio en Resistencia city tropical.


[1] Claramente no se trata de una apología del crimen sino de una metáfora del amor dionisíaco, que sitúa al ser fuera de sí.

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