Trapisonda en El Ancla Oxidada

El poeta decadentista Inde Irae Alex Percudido ingresó al barcito despotricando contra un artículo que había leído un rato antes, en el suplemento literario de La Voz de la Verdad. Severino Huppans, justo, salía de empolvarse la nariz en el baño. Dos poetas estéreos, acodados a la barra, discutían los pormenores de un picadito que habían jugado ayer por la tarde, en la canchita de fútbol 5 que alquilaban en el Club Atlético Tropical. Paul Nigrow, merodeando siempre detrás de la barra, sirvió su trago mágico color azul fluorescente ni bien lo junó entrar a Irae, quien llegaba con cara de loco y desquiciado a su encuentro con el trago. Se lo bebió todo de un saque corto y genuino, típico de los viejos perros de la noche.

Irae, sacando un porro y encendiéndolo con los rayos de bronca que lanzaba su mirada, se dirigió a los poetas estéreos conjurando luzbeles de la sartreana nada. «¡Cállense o los cago a trompadas!» Los poetas estéreos cerraron el pico inmediatamente. «¡Estoy recaliente con el puto de Beláustegui!» «¿Qué hizo ahora?», preguntó Huppans. Irae masticó tirria y respondió: «Comparó a Mempo con Charly; vengo de escucharlo en el Centro de Convenciones de la Cultura, un simposio local sobre el gótico-litoraleño y sus confluencias circundantes, fue denigrante, horrible». «Te compadezco», le dije. «¿Y este quién es?», interpeló Inde Irae a Severino Huppans, mientras escarbaba con su lengua el fondo del vaso. «Soy Funesmortis». No hizo falta que me presentara Huppans, yo puedo presentarme a mí mismo, no soy mongólico: soy escritor fracasado—. «¡¿Qué clase de nombre es Funesmortis?!», exclamó con tonito gore el poeta malditista. «Inde Irae, locución latina que significa de ahí las iras sentencié, y a lo de Funesmortis ya lo expliqué». «Funesmortis, lo único que voy a recomendarte —redondeó Huppans, haciéndole extrañas señas con las manos a Paul Nigrow, indicándole finalmente la botella vacía con su dedito índice moviéndose en círculos como para que vaya destapando otra cerveza— es que pienses dos veces antes de andar atorranteando con la minita que ya sabés».

El Ancla Oxidada. Antro de soquetes de toda índole y procedencia. El único antro de la city tropical donde vendían una poderosa droga alucinógena bajo cuyos efectos podías mantener diálogos de horas con celebridades literarias. Sí —a decir de Paul Nigrow—, «falopa para esquizoides pretenciosos faltos de toda creatividad literaria canónica», una locura. Aquel barsucho se había amotinado de gente de toda índole y de procedencia diversa, mientras de fondo se escuchaba “Ghost Rider” de Suicide: ♫ Ghostrider, motorcycle hero / Bebebebebebebe he’s lookin so cute. Sneakin round round round in a blue jumpsuit. Ghostrider motorcycle hero. Bebebebebebebe he’s a-blazin away. Packing stars stars stars in the universo ♫. Severino Huppans e Inde Irae se habían levantado dos minitas y se atrincheraron en el baño de damas donde (después narraron) improvisaron una micro-party snif-snif-dancing, y mientras tanto su belleza blanca y mortecina me producía una violenta erección, producto de la enajenación que inflige estar sometido a altas horas de joda por la madrugada en El Ancla Oxidada, sobre todo si a esas horas uno la compartía con maniáticos psico paranoides, sociópatas delirantes. «Romina, ¿querés venir a mi casa?», pregunté y ella aceptó.

A la semana siguiente, después de una partida de Guitar Hero en la cual Severino Huppans sucumbió ante Paul Nigrow, se apareció como hacía siempre sin que nadie lo invocara y causó un revuelo tremendo, el poeta decadentista. Inde Irae, que merodeaba la heladera en la cocina, estaba famélico; venía de perder un slam de poesía ultra bizarreado y organizado por Corcho Saporitti en el Centro de Convenciones de la Cultura. El slam era un género estilístico que dominaba y en el cual él mismo se había conferido el título de Gran Slamer del Subtrópico Profundo. Beláustegui, poniendo cara de desencantado, entró al departamento; una fucking comedia de la familia clásica tropical. Yo, en ese momento, justo salía del baño y a través del pasillo lo vi entrar en la escena al puto de Beláustegui y pensé, uy acá se arma. Inmediatamente después, Inde Irae se arrojó sobre él.

De acuerdo a lo que después logré reconstruir, los hechos se sucedieron más o menos así: mientras el poeta decadentista lo cagaba a azotes a Beláustegui, éste  gritaba párrafos enteros de Los Detectives Salvajes, libro infamante de y sobre escritores si los hay. El Finish Him de Irae fue de antología: lo derrumbó con una patada voladora que impactó dramáticamente contra el pecho de su contrincante; Severino Huppans y Paul Nigrow tarareaban «Otro» de Charly. Beláustegui no alcanzó a soportar la primera embestida. Al final de la contienda, el poeta malditista se mostró altivo y magnánimo: «Charly no puede ser comparado con nadie. Es Charly», dijo. Y todos nos prosternamos ante él: el Peor de Todos Nosotros.

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