Por Literatura Tropical
1
Hace no mucho tiempo, en un monte no tan lejano, vivía una comunidad de duendes solidarios como el cielo, dicharacheros como el sol. Conducidos por una duenda tenaz y valiente, que bregaba porque las cosas del monte encuentren su justo equilibrio, había trabajo, prosperidad. No faltaba un plato de comida, los duendes no padecían hambre ni enfermedades. Vivían en armonía con las demás criaturas que habitaban aquel reino verde.
Pero en lo profundo del monte, encerrado en su fortaleza de espinas, vivía un hechicero muy rico. Era chiquitito como un botón, amarillo como la avaricia y rencoroso como un escorpión. No le bastaba con ser muy rico sin trabajar. No le bastaba con ser un hechicero poderoso, tener dinero y campos hermosos. Siempre quería más y más.
Un día el hechicero amarillo se despertó y proclamó:
—CHIS CHIS CHIS. ¡La mitad de este monte me pertenece, yo soy su dueño, y ahora quiero la otra mitad!
El hechicero amarillo convocó a su odioso aquelarre, y marcharon rumbo al gran árbol de hojas rosadas, donde la duenda atendía los asuntos del monte. Allí presentaron sus mezquinas demandas a la duenda, quien las rechazó retándoles:
— ¡Cómo puede ser! No les da vergüenza, que teniéndolo todo, quieran más y más.
2
El malvado hechicero amarillo y su aquelarre regresaron indignados a su fortaleza de espinas. Allí renegaron de la duenda, de los duendes, de la comunidad del monte:
— ¡Nadie nos había tratado así! —rezongó una bruja.
— ¡Qué descarada! —protestó otro brujo, guardando piedras preciosas dentro de un costal—. La riqueza de los campos es nuestra, la otra mitad del monte también es nuestra. ¡Esto no puede quedar así! ¡Hay que hacer algo!
—CHIS CHIS CHIS. Un conjuro de intrigas esparciremos por todo el monte. La verdad se ocultará en la mentira, y la mentira se disfrazará de verdad —dijo el malvado hechicero amarillo, riéndose como un gato resfriado.
— ¡¡¡CHIS CHIS CHIS!!! ¡¡¡Jau jua jua!!! —estalló en carcajadas el aquelarre, deseando más y más.
3
Fue así que el malvado hechicero amarillo hizo una poción mágica para sembrar la semilla de la intriga en el corazón del monte. Vertió la poción durante un eclipse de sol. La esparció entre los árboles, las flores y las frutas del monte. El precioso aroma de la poción hizo que todos quedaran encantados.
Al día siguiente, cuando todos despertaron, el malvado hechicero amarillo acusó a la duenda de robar la riqueza del monte, de mentir.
Los duendes empezaron a dudar. Empezaron a pensar que las cosas que antes estaban bien, ahora estaban mal. Empezaron a especular, a blasfemar. Se llenaron de bronca y de rencor. Unos acusaron a otros, y así el monte enfermó.
— ¡La culpa es de la duenda! —gritaron todos, y el hechicero amarillo se sonrió.
4
La duenda fue expulsada de la comunidad, a pesar de sus advertencias sobre las verdaderas intenciones del malvado hechicero amarillo. Las criaturas y los duendes celebraron su exilio y declararon al hechicero Mandamás del Monte.
Al poco tiempo, lo que antes había sido equilibrio ahora era caos y desolación. Los árboles se secaban, los frutos caían podridos. Faltaba trabajo, no había comida. El sol no salía a saludar, la luna había dejado de soñar. La armonía se rompió, aquel reino verde ya no era el mismo, todo cambió.
Mientras tanto, el malvado hechicero amarillo y su odioso aquelarre se volvieron más y más ricos, más y más rencorosos. Los duendes, las criaturas que habitaban el monte comenzaron a reclamar: “¿Por qué no hay trabajo, por qué no hay comida?”.
—La culpa es de la duenda —refunfuñó un brujo.
—Sí, la culpa es de la duenda —bramó una bruja.
—Ella se robó todo —determinó el malvado hechicero amarillo, y mandó a las criaturas del monte a no protestar más, y trabajar más y más—. Muy pronto todo volverá a la normalidad —dijo, riéndose como un gato resfriado.
5
El tiempo pasó y nada cambió. Muchas de las criaturas del monte murieron de hambre, de frío, y aquellas que lograron sobrevivir a la hambruna y la enfermedad, ya no pudieron sonreír más. Olvidaron cómo soñar. Los duendes empezaron a desaparecer porque ya nadie sabía abrazar. El malvado hechicero amarillo, Mandamás del Monte, y su odioso aquelarre, se volvieron inmensamente ricos a costa de la pobreza y la muerte de otros.
Desde entonces, en el monte hay un olor horrible. Parecido al olor de bosta de vaca. Quienes no pudieron huir, y apenas sobrevivían en el escándalo gris e injusto en que se había convertido aquel reino verde, todavía creían que el aroma de la poción era fresca y transparente, como antes lo eran los amaneceres. Todavía creían en el hechicero amarillo, a pesar de que se había robado la otra mitad del monte y ahora todo era dél. Todavía creían que era verdad la mentira, a pesar de que les habían robado hasta la sonrisa.
— ¡¡¡CHIS CHIS CHIS!!!
6
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