Por Alfredo Germignani
Lo tropical no es un género. No es un movimiento. No es vanguardia. No es tradición. No son las palmeras. No son los cincuenta grados de térmica. No es la humedad ni el solazo criminal. No es canon ni periferia. No es un manifiesto. No es marca ni es merca. No es una gaseosa. No es un yeite. No es un grupo de cumbia. No es rock. No es folklore. Tampoco usa sintetizadores. No es una generación de escritores. No es un estilo. No es una forma. O tal vez sí, es una forma. Concebir el pleno ejercicio del tecleo como acto de lectura salvaje. Lo tropical es un simulacro. No sería literatura sino fuera un simulacro. Mazorqueros de la verga y el puñal. Punteros de la literatura argentina del desenfado. Son innumerables los motes de lo tropical. Más sobre todo teniendo en cuenta que el único tropicalismo es el de su simulacro.
La Literatura Tropical es un truco de pura exterioridad. Desenfado estético, poética del puteo. Su fragmentación, falta de linealidad y de técnicas narrativas básicas para su desarrollo complexo (trama, personajes, temas, etcétera), que exigen los críticos literarios y los canónicos, convierten sus lisérgicas historias en incesantes devaneos psicóticos. Su principal técnica es la fuga perpetua de sus tangentes textuales, fantasmáticamente hablando. No conoce voces narrativas planificadas, más allá de las que, in crescendo, susurran en las cabezas de sus autores pidiendo, exigiendo la sangre derramada.
Sabemos de antemano que todo está perdido y destinado al fracaso más estrepitoso, no hay reparación y mucho menos para el gran humedal del subtrópico. Territorio devastado por innumerables saqueos coloniales, militares, políticos, religiosos, ideológicos, a lo largo de su infame historia de selvas y tiros y genocidios y aborígenes e inmigrantes y criollos, han terminado por pauperizar la realidad real transmutándola en una orgía de peleles y tartufos proto-humanos que sólo buscan imponer la materialización de su poder público, como sentido de pertenencia a una sociedad de repulsiva praxis de violencia institucional y social sin precedentes.
El sentido binario de sus formas de vida pasó finalmente de envenenar sus cuerpos a fosilizar sus masas cerebrales convirtiéndolas en bodoques-ladrillos; por tal, la domesticación autómata de los subtropicantes y la imposibilidad de exteriorizar sus mundos interiores en lenguaje, en palabras puestas en acción en el campo de batalla, desmaterializó su función social resignificándola a la simple levedad del consumo más radicalizado, neutralizando así toda posibilidad de diversificación individual.
Los subtropicantes no son producidos en serie más que en el formateo primigenio de sus cerebros expuestos a las inalienables condiciones de la pobreza extrema a la que están condenados. En esta guerra sin cuartel contra los tótems tradicionalistas del chauvinismo recalcitrante posmo-perpetuo, no existen límites de espacio ni de tiempo; sólo la corporización del estilo tropical, su práctica incisiva constante.
En este territorio del desamparo, la Literatura Tropical calcula los espectrogramas que envían las señales decadentes del bombo legüero autóctono –que es la razón del SER tropicante en toda su magnitud existencial– y administra la mejor forma, la más plena, la más escandalosa, de despedazarlas en potentes oscilaciones sonoras de terrorismo noise, multiplicándolas, pues, en el corazón de su salvaje literatura de desenfado, habita lo intransferible que desgarra.
Conscientes de esta operación y de la función social martirizadora de la Literatura Tropical, hemos resuelto delinear una estrategia de batallas, de micro batallas. Un plan táctico de guerra de claro y abierto enfrentamiento contra las formas de anudamiento de la vida tropical y contra todos aquellos grupos, o personas, o empresas, o instituciones, o gobiernos, que defiendan los intereses de la «mercancía envilecida», siendo ellos mismos su propia mercancía de intercambio envilecida de estándares estereotipados. Es decir: la guerra será total, contra todos. Una guerra contra todos pero sobretodo contra el cuerpo mercantilizado. Una guerra, en todo caso, de pura exterioridad. Una guerra hacia adentro, en las tripas.
Esta guerra se librará a partir de ahora. El campo de batalla es, por antonomasia, la Literatura Tropical = el cuerpo. Porque el cuerpo es el texto. Y el texto es el cuerpo que reside en la bronca. En las ganas de retorcer el cuello de la «realidad real», que es el aplastamiento, lo chato, la llanura, la vacuidad. La realidad real no es una representación física, o material, sino puramente fantástica. Por ejemplo: el Indio de las Bolas Grandes, de Crisanto Domínguez, una escultura de tres metros de altura de cemento, que cobra vida propia y una buena noche asciende de las profundidades y pasea caminando su inmensidad perturbadora por las calles de Resistencia, buscando a los descendientes infames de quienes lo caparon para posteriormente triturar sus cráneos y vengar así el ignominioso pasado de su creador; y como si esto fuera poco, una vez ejecutada la revancha, el Indio de las Bolas Grandes derrama la sangre de sus víctimas decapitadas y empaladas sobre las esculturas de Resistencity, las cuales también cobran vida propia y salen, después, al final del cuento, a matar a sus creadores, también, decapitándolos y empalándolos por el culo. La descripción del relato debe ser cruda, gore, splatter, sobre todo en la parte de los asesinatos. La trama, en cambio, insostenible, como si durante todo el relato fuese cayéndose a los tumbos, como si el escritor hubiera bebido muchas cervezas heladas, aspirado cocaína para despabilarse y fumado un buen charuto para inspirarse. Escribirlo en primera persona, como si yo fuera el Indio de las Bolas Grandes; y no preocuparse durante el proceso creativo por la solidez del personaje. El protagonista, o los personajes, no deben ser bajo ningún punto de vista «sólidos». Muy por el contrario, mientras más se aleje de los preceptos canónicos –la pose del escritor indie-pop– más tropical será la literatura. Lo tropical destruye. Y fuga.
La literatura tropical no es un «descubrimiento», que no vengan los canónicos a jetear que “esto lo escribió Fulanito antes, porque ya por entonces, en aquel tiempo, Sultanito había escrito algo así, por influencia de Menganito que a su vez fue influenciado por…” La literatura tropical parece, pero no es boluda. Lo «tropical» no es libresco: es bloomesco (2. Fig. Forma de vida crepuscular, vacante que, por lo general, afecta a los humanos en el mundo de la mercancía autoritaria: bloomesco, bloomitud, bloomificación). La literatura tropical no es un autor, o varios; no es un colectivo, una experiencia literaria de lectura y escritura.
Los escritores tropicales somos punteros del Partido Literario Total [PLT]; cirujas del desenfado fantástico. Lo tropical está recauchutado. Es un teclear hasta sacar ampollas en la punta de los dedos. El ruido de ese teclear es un presagio de botas marchando. Un ejército de guerrillas reagrupándose en las callecitas de un mundo sitiado por sus límites políticos. La literatura tropical es un campo de batalla.
Resistencia, Sábado 22 de Noviembre de 2014