Despedazar como un león

La clase oligárquica argentina es brutal y vengativa. Desparramó sangre y cortó cabezas desde que el mundo es mundo y la Argentina peronista. Y cuando ya no les fue posible el exterminio sistemático del otro, encontró en el palacio judicial una sucursal para garantizar la impunidad corporativa que ostentan, libidinosos y lascivos, reverberándose, ahora, en un nuevo plan de exterminio y de miseria planificada, parecido al anterior último: de la dictadura militar de 1976.

Hace 155 años, la cabeza del Chacho Peñaloza fue decapitada y colgada en la punta de una pica en la plaza de Olsa, pusieron a su esposa Victoria Romero a barrer la plaza de la ciudad atada con cadenas, y las orejas del caudillo precedieron sendos banquetes en la clase “civilizada” porteñera.

Al conocer la noticia, Sarmiento tuvo un orgasmo y le escribió a Mitre. Le dijo que está muy bien, que así es como hay que hacer: “Sin cortarle la cabeza al inveterado pícaro, las chusmas no se habrían aquietado en seis meses”.

Las mil familias, los clanes oligopólicos, los apropiadores de tierra y de hijxs, los goldmonkeys dolarizados, los círculos rojos de nuestro país, la sangre ilustrada de la historia tirita de alegría cuando las cabezas de les negres ruedan.

El 10 de diciembre de 2015, pusieron en ejecución un plan de exterminio, ideológico y planificado, en complicidad con el Poder Judicial o un sector muy mayoritario y temerario de la cofradía colegiada argenta, aliados a los vendidos por cuatro monedas y a los colonizados mentales, los mediopelonchos que (como dijo un amigo) se expresan como si fueran altos jerarcas nazis.

Los partidos políticos populares entraron en crisis. El enemigo es corporativo y sanguinario, destripó el Estado de derecho y expuso la pornografía de la familia judicial argentina. En vez de entender que el progreso es un colectivo y requiere de un Estado activo siempre en expansión y federalísimo de políticas públicas sesudamente intervencionistas y reguladoras de una lógica mercantil cada vez más concentrada y caníbal, la clase media se auto-flagela con la trágica composición civilización-barbarie. Atendida por el espectáculo onanista, todavía no entra en la cuenta de que la caída es silenciosa y sicario de los gritos de la furia.

En la ignominia y la desgracia, en 1864 Valeria Romero de Peñaloza, quien también era conocida como “La Vito”, le escribió al traidor de Urquiza, suplicándole ayuda: La intriga, el perjurio y la traición han hecho que desaparezca (el Chacho Peñaloza) del modo más afrentoso y sin piedad, dándole una muerte a usanza de turco, de hombres sin civilización, sin religión; para castigo la muerte era lo bastante, pero no despedazar a un hombre como lo hace un león; el pulso tiembla, señor General: haber presenciado y visto por mis propios ojos descuartizar a mi marido, dejando en la orfandad a mi familia y a mí en la última miseria, siendo yo la befa y el ludibrio de los que antes recibieron de mi marido y de mí, todas las consideraciones y servicios que estaban a nuestros alcances. Me han quitado derechos de estancia, hacienda, menaje y todo cuanto hemos poseído; los últimos restos me quitan por perjuicios que dicen haber inferido la gente que mandaba mi marido, me exigen pruebas y documentos de haber tenido yo algo; me tomaron dos cargas de petacas por mandato del señor coronel Arredondo, donde estaban todos mis papeles, testamentos, hijuelas, donaciones y cuanto a mí me pertenecía. Se me volvió la ropa mía de vestir, de donde resultó que no tengo como acreditar ni los dos mil pesos que V.E. tuvo a bien donarme, por hacerme gracias y buena obra, por lo que suplico a V.E. se digne informar sobre esto al Juez de esta ciudad, para que a cuenta de esto me deje parte del menaje de la casa, siquiera por esta cantidad que expreso.

 

¡Lindo es salirle a la muerte

en cualesquier entrevero!

¡Pero otra cosa, es que a un hombre,

Lo maten como cordero!

¡Ya se acabó Peñaloza!

¡Ya lo pudieron matar!

Tengan cuidado, señores,

¡no vaya a resucitar!

 

Y nosotres, en nuestro tiempo, añadiríamos:

 

¡Y cuidado, no vaya también La Vito a resucitar

y las cabezas de les garcas decapitar!

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