Por Noelia Albretch
EL OBSERVADOR
Alguien me mira, todas las noches, desde la ventana. Lo sé porque percibo su presencia a través de los pequeños rectángulos que se forman en la persiana.
Anoche, el observador llegó tarde. Yo permanecí en mi cuarto con los ojos cerrados. En algún momento su imagen ingresó a mi habitación y entonces pude descansar. Me cuesta dormir cuando no lo veo.
Hoy voy a esperarlo. Quiero confirmar que es él, la persona que me llevaba en sus brazos dormida hasta mi cama y cuidaba mi sueño observándome de pie bajo el marco de la puerta. Quizás, pueda volver a verme reflejada en la mirada de mi padre.
TITO
Tito es metalúrgico. Trabaja todos los días desde las siete de la mañana fundiendo el metal que otros utilizarán en sus autos, casas, biromes e incluso llevarán en sus dientes.
Su vocación surgió por su amor al fuego. Supo, desde pequeño, que quería ganarse la vida entre las llamas. No le importaba el calor, lo entendía como parte del esfuerzo que implicaba desarrollar su arte.
La fábrica le enseñó a hacer cosas útiles pero él quería ser artista. ¿Por qué no esculpir un prócer en metal? Con ese deseo en su cabeza recorrió las calles de su barrio solicitando a sus vecinos su basura metálica. Poco a poco fue consiguiendo llaves, latas, alambres y monedas. Cuando consideró que la cantidad era suficiente, empezó a trabajar.
La confección del cuerpo fue fácil pero se detuvo en su rostro. Su escultura debía parecerse al héroe que decidió representar. Pasaron las semanas y aquello seguía sin definirse. Se sintió triste y llegó a pensar que debería dejar de intentarlo. No podía captar la esencia de ese ser.
Entonces, decidió invitar a un amigo dibujante y juntos miraron imágenes viejas de aquel sujeto distinguido. A la mañana siguiente, cuando creía haber absorbido la fisonomía de su héroe, fue al taller. Volvió a manipular el metal. Le dio forma a su nariz, a su boca y llegó a sus ojos. No pudo evitar notar que no lo miraba como en las fotos. Se sintió incapaz de enfrentar semejante desafío. Recordó a su padre y a sus comentarios: “Nunca vas a ser artista. Vos no tenés sensibilidad” le dijo. Él no quiso creerle pero hoy sentía que sus palabras se vivían reales.
No podía permitirse que ese pedazo de metal le quitara su tranquilidad. Enojado, golpeó el metal caliente y de su mano izquierda comenzó a brotar sangre. Antes de intentar curarse, observó aquel ser y lo encontró parecido al que deseaba crear. Necesitaba descargar su frustración. Miró su obra y volvió a golpearla. Ahora, su mano derecha sangraba. Por fin pudo sentir felicidad. Se quedó allí, de pie, frente a su escultura pensando en un futuro célebre.
De repente, aquellos inmensos ojos se fijaron en el humano mientras este disfrutaba el realismo logrado. Luego, el prócer abrió sus dedos metálicos y abofeteó a Tito con todas sus fuerzas.
*Del libro "Lo que escribí mientras no me mirabas" de Noelia Albretch